Giganta
¡Qué dura tu vida, Giganta! Desde tus ojos, el mundo, debe de parecer una llanura erizada por dedos diminutos que enojados te señalan.
Los ceños fruncidos, las cabezas que niegan, los suspiros de hastío deben de ser para ti, tan comunes como los lunares, tan tristes como las jaulas.
Yo creo que te tienen miedo, Giganta. Temen caer en los agujeros abismales de tus pisadas. Les aterra que la luz de tu mirada alumbre los sórdidos rincones de su «insignificancia».
Por eso blanden en tu contra gordos libros de leyes empolvadas. ¡Qué cara tu altura, Giganta! Cuánto te cuesta en soledades porque las voces pequeñas no alcanzan tus oídos, y los amores enanos no acompañan.
Cuánto te cuesta en batallas contra duendes que piensan que lo pequeño se les quita por derribar a una Giganta.
¡Qué difícil tu lucha! Gigantesca aún para ti, mi Giganta. ¡Qué difícil descubrirte con el cuerpo al rojo vivo y la sangre en llamas!
Aprender a deletrear «amor» con la boca llena por una lengua tibia y amada, y no saber todavía como pedir perdón, por cubrir con tu sombra el sol, a quienes tienen la cabeza a ras del suelo.
¡Qué precio tan alto, Giganta, por ver a los pájaros como hermanos de vuelo!
Desconozco su autor
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