Es necesario estar presentes en nuestro espacio,
en nuestro domicilio interior,
participando a conciencia para que no se diluya lo propio.
Cuando dejamos que otro (u otra)
sea quien lleve las riendas de nuestra historia,
esa historia deja de pertenecernos
y es vivida y contada sólo por ese otro.
Bailar más, reír más con entusiasmo
por las cosas pequeñas, las cotidianas
y, paralelamente, animarnos a pensar en grandes cosas
(objetivos, proyectos
o buscar la propia filosofía de vida).
Hasta las cuestiones cotidianas
pueden esconder un gran acontecimiento,
sólo hay que agudizar la mirada y captar la señal.
"Hoy puede ser un gran día",
dice Joan Manuel Serrat, y así es.
Es cuestión de poner la atención
en conectarnos con el deleite cada vez.
No todo debe ser arduo.
Y la "revolución espiritual" hace que cada momento
se convierta en un espacio sagrado.
En general, nos han enseñado a condenarnos,
y, en consecuencia,
no aprendimos a ser amigables con nosotros mismos.
Sin embargo, los grandes maestros de la historia
siempre fueron muy claros al exhortarnos
(cada uno a su manera,
pero con el mismo feliz resultado)
a amarnos incondicionalmente.
La escalera es alta.
Y se sube paso a paso, con una conciencia alerta.
El autorrescate,
ante cualquier situación en la que estemos,
es la única tabla posible.
Sin enjuiciarnos ni agredirnos.
Alivianándonos, suavizando nuestros errores.
Dejando que quien conduzca sea el alma.
Confiando en la plenitud y en la abundancia de la vida.
No hay estrellas desfavorables, sólo miradas pobres.
La mirada amorosa cambia el mundo.
Llega primero a nosotros mismos,
cuando nos tratamos con verdadero amor.
Amor que hay que aprender,
para después entregarlo
y volver a llenar el círculo perfecto
de la propia abundancia.
La mirada amorosa es curativa, sanadora.
Y si miro lo positivo, lo positivo se hará grande.