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531 24 XI 1935. Domingo, primer día. Fui inmediatamente delante del Santísimo Sacramento y me ofrecí con Jesús que está en el Santísimo Sacramento, al Padre Eterno. Entonces oí en el alma estas palabras: Tu intención y la de tus compañeras es unirse a Mí lo más estrechamente posible a través del amor, reconciliarás la tierra con el cielo, mitigarás la justa cólera de Dios e impetrarás la misericordia por el mundo. Confío a tu cuidado dos perlas preciosas para Mi Corazón, que son las almas de los sacerdotes y las almas de los religiosos; por ellas rogarás de manera especial, la fuerza de ellas vendrá de tu anonadamiento. Las plegarias, los ayunos, las mortificaciones, las fatigas y todos los sufrimientos, los unirás a la oración, al ayuno, a la mortificación, a la fatiga, al sufrimiento Mío y entonces tendrán valor ante Mi Padre.
Comentario:
Si presentamos a Dios Padre nuestros sacrificios y oraciones sin unirnos a Jesús, a sus sacrificios y oraciones, entonces ellos tienen muy poco valor. Pero si presentamos ambos unidos a los de Jesús, así sí que tendrán un valor infinito, y hasta las más pequeñas cosas que realicemos, e incluso la oración más corta, tendrá la eficacia del Corazón de Jesús.
Cada día, a cada momento debemos hacer este ofrecimiento de hacer todo junto a Cristo. Como dice la Misa: “Por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre Todopoderoso, etc.”
Y nosotros, los Apóstoles de la Misericordia, debemos también ofrecer nuestros sufrimientos y oraciones por los sacerdotes y religiosos, ya que ellos tienen una gran responsabilidad en los destinos del mundo, y Jesús sufre más por los pecados de estas almas elegidas, que por los grandes pecados de los demás.
Unidos a Jesús, tenemos una gran eficacia en impetrar la Misericordia Divina para nosotros, para nuestros seres queridos y para el mundo entero.
Jesús, en Vos confío.