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Infancia espiritual
Como una pequeña flor.
Cada hombre es como una flor, algunas más hermosas y exuberantes, y otras más pequeñas y humildes.
Los que vamos en busca de la infancia espiritual, tenemos que considerarnos como las flores más pequeñas y sencillas, porque si bien las flores hermosas son muy agradables a Dios, también las florecillas son predilectas del Padre eterno, y cada una de ellas cumple su función en el mundo espiritual.
Pero aunque Dios nos haya colmado de muchas gracias y dones, siempre debemos sentirnos como una pequeñísima flor, porque Dios ama la humildad, y sabemos por el Evangelio y las apariciones de la Virgen, que el Cielo elige siempre almas humildes para manifestarse, ya que los Ángeles en Belén se aparecieron a unos pobres pastores, y la Virgen en Fátima también se apareció a tres pastorcitos sencillísimos.
¡Pobres los que tratan de conseguir un puesto de honor, un cargo elevado! Incluso ¡pobre el que busca un puesto en los altares!, porque esa no es la forma de buscar la santidad, ya que ahí hay todavía mucho de humano.
Debemos ser siempre una florcita escondida, que florece solo para Dios, y que canta de alegría porque Dios la hizo tan pequeñita y simple.
Tengamos conciencia de que somos pequeños ante Dios, porque aunque seamos grandes a los ojos del mundo, ante Dios somos menos que nada.