Era una noche azul; la primavera inundaba mis sienes y mis manos, y era el mundo, muchacha, un fruto inmenso. calido, abierto, mudo y entregado.
Sentí mi carne desprenderse, irse por el paisaje misterioso y claro, mi sangre fue con los arrollos lentos, mi corazón perdíóse en el espacio.
Era hermoso en la piel sentir el roce, hecho leve suspiro, de los astros, y tener en la mano, dulcemente, un murmullo de nubes y de pájaros.
Me fundi con el aire, con las cosas, sentí el fondo del mundo entre los labios y palpité en la noche inmensa, grande, como un tremendo arcángel derramado.