RECUERDOS DE UNA MANANA DE NAVIDAD
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Estoy seguro de
que sucede con todos los niños, pero no era casi imposible dormir en la
Nochebuena. Mi mente divagaba. No pensaba en las golosinas, sino que me
preocupaba seriamente la posibilidad de que el ángel de la Navidad no llegara a
mi casa o que se le acabaran los regalos. Me emocionaba mucho la posibilidad de
que Santa Claus olvidara que éramos italianos y de cualquier modo nos visitara
sin darse cuenta de que el Ángel ya me había visitado. ¡Así recibiría el doble
de todo!
¿Por qué sucede
que en la mañana de Navidad, por poco que se duerma la noche anterior, nunca
resulta difícil despertar y levantarnos? Así ocurrió esa mañana en particular.
Fue cuestión de minutos, después de escuchar los primeros movimientos, para que
todos nos levantáramos y saliéramos disparados hacia la cocina y el tendedero
donde estaban colgadas nuestras medias y debajo de éstas se encontraban nuestros
brillantes zapatos recién lustrados.
Todo estaba tal
como lo habíamos dejado la noche anterior. Excepto que las medias y los zapatos
estaban llenos hasta el tope con los generosos regales del Ángel de la
Navidad... es decir, todos excepto los míos. Mis zapatos, muy brillantes,
estaban vacíos. Mis medias colgaban sueltas en el tendedero y también estaban
vacías, pero de una de ellas salía una larga rama seca de durazno.
Alcancé a
ver las miradas de horror en los rostros de mi hermano y mis hermanas. Todos nos
detuvimos paralizados. Todos los ojos se dirigieron hacia mamá y papá y luego
regresaron a mí.
- Ah, lo sabía –
dijo mamá -. Al Ángel de la Navidad no se le va nada. El Ángel sólo nos deja lo
que merecemos.
Mis ojos se
llenaron de lágrimas. Mis hermanas trataron de abrazarme para consolarme, pero
las rechacé con furia.
- Ni quería esos
regalos tan tontos – exclamé -. Odio a ese estúpido Ángel. Ya no hay ningún
Ángel de la Navidad.
Me dejé caer en
los brazos de mamá. Ella era una mujer voluminosa y su regazo me había salvado
de la desesperación y de la soledad en muchas ocasiones. Noté que ella también
lloraba mientras me consolaba. También papá. Los sollozos de mis hermanas y los
lloriqueos de mi hermano llenaron el silencio de la mañana.
Después de un
rato, mi madre dijo, como si estuviera hablando con ella misma:
- Felice no es
malo. Sólo se porta mal de vez en cuando. El Ángel de la Navidad lo sabe. Felice
sería un niño bueno si hubiera querido, pero este año prefirió ser malo. No le
quedó alternativa al Ángel. Tal vez el próximo año decida portarse mejor. Pero,
por el momento, todos debemos ser felices de nuevo.
De inmediato
todos vaciaron el contenido de sus zapatos y medias en mi regazo.
- Ten – me
dijeron -, toma esto.
En poco tiempo
otra vez la casa estaba llena de alegría, sonrisas y conversación. Recibí más de
lo que cabía en mis zapatos y medias.
Mamá y papá
habían ido a misa temprano, como de costumbre. Juntaron las castañas y empezaron
a hervirlas durante muchas horas en una maravillosa agua llena de especias y
había otra olla hirviendo entre las salsa. Los más delicados olores surgieron
del horno como mágicas pociones. Todo estaba preparado para nuestra milagrosa
cena de Navidad.
Nos alistamos
para ir a la iglesia. Como era su costumbre, mamá nos revisó, uno por uno;
ajustaba un cuello aquí, jalaba el cabello por allá, una caricia suave para cada
uno... Yo fui el último. Mamá fijó sus enormes ojos castaños en los
míos.
- Felice – me
dijo -, ¿entiendes por qué el Ángel de la Navidad no pudo dejarte regalos? -
Sí – respondí. - El Ángel nos recuerda que siempre tendremos lo que
merecemos. No podemos evadirlo. Algunas veces resulta difícil entenderlo y nos
duele y lloramos. Pero nos enseña lo que está bien hecho y lo que está mal y,
así, cada año seremos mejores.
No estoy muy
seguro de haber entendido en aquellos momentos lo que mamá quiso decirme. Sólo
estaba seguro de que yo era amado; que me habían perdonado por cualquier cosa
que hubiese hecho y que siempre me darían otra oportunidad.
Jamás he
olvidado aquella Navidad tan lejana. Desde entonces, la vida no siempre ha sido
justa ni tampoco me ha ofrecido lo que creí merecer, ni se me ha recompensado
por portarme bien. A lo largo de los años he llegado a comprender que he sido
egoísta, malcriado, imprudente y quizá, en ocasiones, hasta cruel... pero nunca
olvidé que cuando hay perdón, cuando las cosas se comparten, cuando se da otra
oportunidad y amor sin límite, el Ángel de la Navidad siempre está presente y
siempre es Navidad.
Desconozo el Autor
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