El frio invierno en seguida,
puro, impasible, sumario,
extiende un blanco sudario,
como fondo de la vida.
Su pincel todo lo muda
con sus trazos delicados:
blanquea la piel desnuda
de los árboles helados...
Y al fin todo lo blanquea,
tan silencioso y ligero,
como el buen sepulturero
de un cementerio de aldea.
¡Qué hábil decorador
del mundo imperecedero,
ése que hace del color
su modo de acción primero!
Ese que su propia veste
nos tiño de azul celeste.
Autor: Rafael Arévalo