Cuando me acuesto, desde que era niño, pongo a mi lado un vaso de agua. Al apagar la luz, si lo contemplo brillar en la penumbra, me imagino que el agua es otro nombre de mi madre y estoy seguro de que, ya dormido, alumbrará el acuario de mis sueños. Sombra, misterio, música nocturna que bebo a lentos sorbos o me bebe. ¿Eres tú quien me sueña en ese extraño país donde algún día nos veremos? ¿Dormir es un ensayo de la muerte? Por las mañanas, cuando me recuerdo, muchas veces el vaso está vacío. Y vuelvo, desganado, a la rutina de calles y de rostros, mientras llega la oscuridad, el rito silencioso de llenar nuevamente el vaso de agua para ponerlo al lado de mis sueños y saber que allí estás, que me proteges, que hay algo puro en medio de la noche. |
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