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Respuesta  Mensaje 1 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨  (Mensaje original) Enviado: 21/05/2011 14:06

 

Mis Mugrosos  en el interior de cada uno vive  el nene interior

olvidado temeroso muchas veces, ahora mas que nunca

ese nene interior necesita de amor y de tu aceptacion

tu proteccion , vamos a hacerlo presente

y que jamas  este lejos de nosotros

ASI NACEMOS LIMPIOS PULCROS  INOCENTES

VIVELO Y DISFRUTA ESE MUGROSITO QUE ESTA DENTRO DE TI

 

Image15michelle.jpg picture by GAVIOTALIBERTAD

 

2


 



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Respuesta  Mensaje 2 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:06
 reloj parado a las siete
reloj.JPG
Comienzo mi andadura con un relato de Papini que expresa a la perfección esos pequeños instantes que nos hacen sentirnos únicos y especiales... Porque después de la tempestad, con su eterna oscuridad, siempre hay momentos de calma que hace que olvidemos qué ha pasado:
"Hay en una de las paredes de mi cuarto un hermoso reloj antiguo que ya no funciona. Sus manecillas detenidas casi desde siempre, señalan imperturbables las mima hora: las siete en punto.
Casi todo el tiempo, el reloj es solo un inútil adorno de una blanquecina pared.
Sin embargo hay dos momentos en el día, dos fugaces instantes en el viejo reloj parece resurgir de sus cenizas como un ave fénix. Cuando todos los relojes de la ciudad, en sus enloquecidos andares marcan las 7 y los cu-cu y los gong de las demás máquinas hacen sonar por 7 veces su repetido canto, el viejo reloj de mi habitación parece cobrar vida.
Dos veces al día, a la mañana y a la noche, el reloj se siente en absoluta armonía con el resto del universo. Si alguien mirara el reloj solamente en esos dos momentos, diría que funciona a la perfección...
Pero pasado ese instante, cuando los otros relojes han acallado su canto y las manecillas siguen sus monótonos caminos, mi viejo reloj pierde su paso y permanece fiel a aquella hora que alguna vez detuvo su andar.
Y yo amo ese reloj y cuanto más hablo de él, más lo amo, porque cada vez me siento más parecido a él. También yo estoy parado en un tiempo, también yo me siento clavado e inmóvil, también yo soy de alguna manera un adorno inútil en una pared vacía.
Pero tengo también fugaces momentos en que, misteriosamente, llega mi hora. Durante esos tiempos, yo me siento vivo. Todo está claro y el mundo se transforma en maravilloso. Yo puedo crear, soñar, volar, decir y sentir más cosas en esos instantes que en todos los otros momentos. Estas conjunciones armónicas se dan y se repiten una y otra vez, como una secuencia inexorable.
La primera vez que lo sentí, trate de aferrarme a ese instante creyendo que podría hacerlo durar para siempre. Pero no fue así. Como a mi amigo el reloj, también a mi se me escapa el tiempo de los otros.
... Pasados estos momentos, los otros relojes que anidan en otros hombres, continúan su giro y yo vuelvo a mi rutinaria muerte estática, a mi trabajo, a mis charlas de café, a mi aburrido andar que acostumbro a llamar vida.
Pero yo sé que la vida es otra cosa.
Yo sé que la vida, la vida de verdad es la suma de aquellos momentos que aunque fugaces, nos permiten percibir la sintonía con el universo. Casi todo el mundo, pobre, cree que vive. Solo hay momentos de plenitud y aquellos que no lo sepan e insistan en querer vivir siempre, quedaran condenados al mundo del gris y repetitivo andar de la cotidianidad.
Por esto te amo, viejo reloj, porque somos la misma cosa, tú y yo."

Respuesta  Mensaje 3 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:06
Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera.
Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.
La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia no termina aquí: La liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por
supuestas, nunca la hubiesen vencido.
Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente.
La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia tampoco termina aquí: El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo.
En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales.

Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.

Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.

La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital:

Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos...y obtenemos mejores resultados!

"Para ser exitoso no tienes que hacer cosas extraordinarias.

Haz cosas ordinarias, extraordinariamente bien."



Respuesta  Mensaje 4 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:07
Veo un barco que navega en medio de bosques esquivando árboles y montañas.
El cielo se extiende hasta el mar por un lado y unos cerros enormes por el otro. Los detalles de estos cerros no los distingo bien pero de sus alturas oscuras caen cascadas de nubes como corderitos blancos que inundan el suelo de madera de la nave. Luego se desvanecen lentamente con los rayos del sol.
El capitán es un señor de barba que guía firme y seguro el timón.
Toca la sirena de vez en cuando y hadas multicolores abandonan las flores y dejan un rastro fosforescente en el camino cuando eso ocurre.
Las ballenas se esconden, temerosas bajo la tierra buscando refugios de antaño, cuando el mar invadía el cielo y era un manto celeste salpicado de estrellas.
Una ola de ladridos de perros mece por un momento la embarcación y delfines alados dirigen su vuelo hacia el primer astro que se asoma en el firmamento.
Los pasajeros toman el té mientras miran por las ventanillas. Un niño se asombra de ver un rebaño de bicicletas pastando sobre una línea del tren. Tira del vestido de su madre para compartir esa imagen pero ella continua conversando con la persona que tiene en frente y le retira distraída su mano de la falda.
Y el viaje continúa lento y pausado hasta que llega a destino.
Entonces todo el mundo se levanta ansioso de sus asientos y en un bullicio de conversaciones y ruidos variados retiran sus maletas y se agolpan en las puertas aun cerradas del barco. Alguien se devuelve apresurado en busca de un objeto olvidado.
Afuera, personas, animales y otras cosas esperan impacientes en el muelle..
Hay una gatita sin cola, un abuelo con un tren de juguete entre sus manos, un perrito que se llama “copo de nieve”, un niño vestido para su primer día de clases, un árbol prehistórico , un diente de leche en una cajita de fósforo, un árbol llamado "albor", una vieja guitarra...
Y por fin todos abandonan el barco.
 

Respuesta  Mensaje 5 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:08

Había una vez un príncipe que quería casarse con una princesa, pero que no se contentaba sino con una princesa de verdad. De modo que se dedicó a buscarla por el mundo entero, aunque inútilmente, ya que a todas las que le presentaban les hallaba algún defecto. Princesas había muchas, pero nunca podía estar seguro de que lo fuesen de veras: siempre había en ellas algo que no acababa de estar bien. Así que regresó a casa lleno de sentimiento, pues ¡deseaba tanto una verdadera princesa!

Cierta noche se desató una tormenta terrible. Menudeaban los rayos y los truenos y la lluvia caía a cántaros ¡aquello era espantoso! De pronto tocaron a la puerta de la ciudad, y el viejo rey fue a abrir en persona.

En el umbral había una princesa. Pero, ¡santo cielo, cómo se había puesto con el mal tiempo y la lluvia! El agua le chorreaba por el pelo y las ropas, se le colaba en los zapatos y le volvía a salir por los talones. A pesar de esto, ella insistía en que era una princesa real y verdadera.

-Bueno, eso lo sabremos muy pronto -pensó la vieja reina.

Y, sin decir una palabra, se fue a su cuarto, quitó toda la ropa de la cama y puso un frijol sobre el bastidor; luego colocó veinte colchones sobre el frijol, y encima de ellos, veinte almohadones hechos con las plumas más suaves que uno pueda imaginarse. Allí tendría que dormir toda la noche la princesa.

A la mañana siguiente le preguntaron cómo había dormido.

-¡Oh, terriblemente mal! -dijo la princesa-. Apenas pude cerrar los ojos en toda la noche. ¡Vaya usted a saber lo que había en esa cama! Me acosté sobre algo tan duro que amanecí llena de cardenales por todas partes. ¡Fue sencillamente horrible!

Oyendo esto, todos comprendieron enseguida que se trataba de una verdadera princesa, ya que había sentido el frijol nada menos que a través de los veinte colchones y los veinte almohadones. Sólo una princesa podía tener una piel tan delicada.

Y así el príncipe se casó con ella, seguro de que la suya era toda una princesa. Y el frijol fue enviado a un museo, donde se le puede ver todavía, a no ser que alguien se lo haya robado.

Vaya, éste sí que fue todo un cuento, ¿verdad?

FIN


Respuesta  Mensaje 6 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:08
Recuerda la fábula?

Una tortuga y una liebre siempre discutían sobre quién era más rápida. Para dirimir el argumento, decidieron correr una carrera.
Eligieron una ruta y comenzaron la competencia.
La liebre arrancó a toda velocidad y corrió enérgicamente durante algún tiempo. Luego, al ver que llevaba mucha ventaja, decidió sentarse bajo un árbol para descansar un rato, recuperar fuerzas y luego continuar su marcha. Pero pronto se durmió. La tortuga, que andaba con paso lento, la alcanzó, la superó y terminó primera, declarándose vencedora indiscutible.

Moraleja: Los lentos y estables ganan la carrera.

Pero la historia no termina aquí: La liebre, decepcionada tras haber perdido, hizo un examen de conciencia y reconoció sus errores. Descubrió que había perdido la carrera por ser presumida y descuidada. Si no hubiera dado tantas cosas por
supuestas, nunca la hubiesen vencido.
Entonces, desafió a la tortuga a una nueva competencia. Esta vez, la liebre corrió de principio a fin y su triunfo fue evidente.

Moraleja: Los rápidos y tenaces vencen a los lentos y estables.

Pero la historia tampoco termina aquí: Tras ser derrotada, la tortuga reflexionó detenidamente y llegó a la conclusión de que no había forma de ganarle a la liebre en velocidad. Como estaba planteada la carrera, ella siempre perdería. Por eso, desafió nuevamente a la liebre, pero propuso correr sobre una ruta ligeramente diferente.
La liebre aceptó y corrió a toda velocidad, hasta que se encontró en su camino con un ancho río. Mientras la liebre, que no sabía nadar, se preguntaba "¿qué hago ahora?", la tortuga nadó hasta la otra orilla, continuó a su paso y terminó en primer lugar.

Moraleja: Quienes identifican su ventaja competitiva (saber nadar) y cambian el entorno para aprovecharla, llegan primeros.

Pero la historia tampoco termina aquí: El tiempo pasó y tanto compartieron la liebre y la tortuga, que terminaron haciéndose buenas amigas. Ambas reconocieron que eran buenas competidoras y decidieron repetir la última carrera, pero esta vez corriendo en equipo.
En la primera parte, la liebre cargó a la tortuga hasta llegar al río. Allí, la tortuga atravesó el río con la liebre sobre su caparazón y, sobre la orilla de enfrente la liebre cargó nuevamente a la tortuga hasta la meta. Como alcanzaron la línea de llegada en un tiempo récord, sintieron una mayor satisfacción que aquella que habían experimentado en sus logros individuales.

Moraleja: Es bueno ser individualmente brillante y tener fuertes capacidades personales.

Pero, a menos que seamos capaces de trabajar con otras personas y potenciar recíprocamente las habilidades de cada uno, no seremos completamente efectivos.

Siempre existirán situaciones para las cuales no estamos preparados y que otras personas pueden enfrentar mejor.

La liebre y la tortuga también aprendieron otra lección vital:

Cuando dejamos de competir contra un rival y comenzamos a competir contra una situación, complementamos capacidades, compensamos defectos, potenciamos nuestros recursos...y obtenemos mejores resultados!

"Para ser exitoso no tienes que hacer cosas extraordinarias.

Haz cosas ordinarias, extraordinariamente bien."

Respuesta  Mensaje 7 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:09
 un reino encantado donde los hombres nunca pueden llegar, o quizás donde los hombres transitan eternamente sin darse cuenta...
En un reino mágico, donde las cosas no tangibles, se vuelven concretas...

Había una vez...
Un estanque maravilloso.
Era una laguna de agua cristalina y pura donde nadaban peces de todos los colores existentes y donde todas las tonalidades del verde se reflejaban permanentemente...
Hasta ese estanque mágico y transparente se acercaron a bañarse haciéndose mutua compañía, la tristeza y la furia.

Las dos se quitaron sus vestimentas y desnudas, las dos, entraron al estanque.
La furia, apurada (como siempre está la furia), urgida -sin saber por qué- se baño rápidamente y más rápidamente aún salió del agua...

Pero la furia es ciega, o por lo menos, no distingue claramente la realidad, así que desnuda y apurada, se puso, al salir, la primera ropa que encontró...

Y sucedió que esa ropa no era la suya, sino la de la tristeza...

Y así vestida de tristeza, la furia se fue.

Muy calma, y muy serena, dispuesta como siempre, a quedarse en el lugar donde está, la tristeza terminó su baño y sin ningún apuro (o mejor dicho sin conciencia del paso del tiempo), con pereza y lentamente, salió del estanque.

En la orilla encontró que su ropa ya no estaba.

Como todos sabemos, si hay algo que a la tristeza no le gusta es quedar al desnudo, así que se puso la única ropa que había junto al estanque, la ropa de la furia.

Cuentan que desde entonces, muchas veces uno se encuentra con la furia, ciega, cruel, terrible y enfadada, pero si nos damos el tiempo de mirar bien, encontramos que esta furia que vemos, es sólo un disfraz, y que detrás del disfraz de la furia, en realidad... está escondida la tristeza.


Respuesta  Mensaje 8 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:10
 

Érase una vez... un mercader que, antes de partir para un largo viaje de negocios, llamó a sus tres hijas para preguntarles qué querían que les trajera a cada una como regalo. La primera pidió un vestido de brocado, la segunda un collar de perlas y la tercera, que se llamaba Bella y era la más gentil, le dijo a su padre: "Me bastará una rosa cortada con tus manos." 

El mercader partió y, una vez ultimados sus asuntos, se dispuso a volver cuando una tormenta le pilló desprevenido. El viento soplaba gélido y su caballo avanzaba fatigosamente. Muerto de cansancio y de frío, el mercader de improviso vio brillar una luz en medio del bosque. A medida que se acercaba a ella, se dio cuenta que estaba llegando a un castillo iluminado. "Confío en que puedan ofrecerme hospitalidad", dijo para sí esperanzado. Pero al llegar junto a la entrada, se dio cuenta de que la puerta estaba entreabierta y, por más que llamó, nadie acudió a recibirlo.

Entró decidido y siguió llamando. En el salón principal había una mesa iluminada con dos candelabros y llena de ricos manjares dispuestos para la cena. El mercader, tras meditarlo durante un rato, decidió sentarse a la mesa; con el hambre que tenía consumió en breve tiempo una suculenta cena. Después, todavía intrigado, subió al piso superior. A uno y otro lado de un pasillo largísimo, asomaban salones y habitaciones maravillosos. En la primera de estas habitaciones chisporroteaba alegremente una lumbre y había una cama mullida que invitaba al descanso. Era tarde y el mercader se dejó tentar; se echó sobre la cama y quedó dormido profundamente. Al despertar por la mañana, una mano desconocida había depositado a su lado una bandeja de plata con una cafetera humeante y fruta.

El mercader desayunó y, después de asearse un poco, bajó para darle las gracias a quien generosamente lo había hospedado. Pero al igual que la noche anterior, no encontró a nadie y, agitando la cabeza ante tan extraña situación, se dirigió al jardín en busca de su caballo que había dejado atado a un árbol, cuando un hermoso rosal atrajo su atención. Se acordó entonces de la promesa hecha a Bella, e inclinándose cortó una rosa. Inesperadamente, de entre la espesura del rosal, apareció una bestia horrenda que iba vestida con un bellísimo atuendo; con voz profunda y terrible le amenazó: " ¡Desagradecido! Te he dado hospitalidad, has comido en mi mesa y dormido en mi cama y, en señal de agradecimiento, ¿vas y robas mis rosas preferidas? ¡Te mataré por tu falta de consideración!" 

El mercader, aterrorizado, se arrodilló temblando ante la fiera: ¡Perdóname!¡Perdóname la vida! Haré lo que me pidas! ¡La rosa era para mi hija Bella, a la que prometí llevársela de mi viaje!" La bestia retiró su garra del desventurado. " Te dejaré marchar con la condición de que me traigas a tu hija." El mercader, asustado, prometió obedecerle y cumplir su orden. Cuando el mercader llegó a casa llorando, fue recibido por sus tres hijas, pero después de haberles contado su terrorífica aventura, Bella lo tranquilizó diciendo: " Padre mío, haré cualquier cosa por ti. 

No debes preocuparte, podrás mantener tu promesa y salvar así la vida! ¡Acompáñame hasta el castillo y me quedaré en tu lugar!" El padre abrazó a su hija: "Nunca he dudado de tu amor por mí. De momento te doy las gracias por haberme salvado la vida. Esperemos que después..." De esta manera, Bella llegó al castillo y la Bestia la acogió de forma inesperada: fue extrañamente gentil con ella. Bella, que al principio había sentido miedo y horror al ver a la Bestia, poco a poco se dio cuenta de que, a medida que el tiempo transcurría, sentía menos repulsión. Le fue asignada la habitación más bonita del castillo y la muchacha pasaba horas y horas bordando cerca del fuego. La Bestia, sentada cerca de ella, la miraba en silencio durante largas veladas y, al cabo de cierto tiempo empezó a decirles palabras amables, hasta que Bella se apercibió sorprendida de que cada vez le gustaba más su conversación. 

Los días pasaban y sus confidencias iban en aumento, hasta que un día la Bestia osó pedirle a Bella que fuera su esposa. Bella, de momento sorprendida, no supo qué responder. Pero no deseó ofender a quien había sido tan gentil y, sobre todo, no podía olvidar que fue ella precisamente quien salvó con su sacrificio la vida de su padre. "¡No puedo aceptar!" empezó a decirle la muchacha con voz temblorosa,"Si tanto lo deseas..." "Entiendo, entiendo. No te guardaré rencor por tu negativa." La vida siguió como de costumbre y este incidente no tuvo mayores consecuencias. Hasta que un día la Bestia le regaló a Bella un bonito espejo de mágico poder. Mirándolo, Bella podía ver a lo lejos a sus seres más queridos. Al regalárselo, el monstruo le dijo: "De esta manera tu soledad no será tan penosa". Bella se pasaba horas mirando a sus familiares. Al cabo de un tiempo se sintió inquieta, y un día la Bestia la encontró derramando lágrimas cerca de su espejo mágico. "¿Qué sucede?" quiso saber el monstruo. "¡ Mi padre está muy enfermo, quizá muriéndose! ¡Oh! Desearía tanto poderlo ver por última vez!" "¡Imposible! ¡Nunca dejarás este castillo!" gritó fuera de sí la Bestia, y se fue. Al poco rato volvió y con voz grave le dijo a Bella: "Si me prometes que a los siete días estarás de vuelta, te dejaré marchar para que puedas ver a tu padre." ¡Qué bueno eres conmigo! Has devuelto la felicidad a una hija devota." le agradeció Bella feliz. El padre, que estaba enfermo más que nada por el desasosiego de tener a su hija prisionera de la Bestia en su lugar, cuando la pudo abrazar, de golpe se sintió mejor, y poco a poco se fue recuperando.

Los días transcurrían deprisa y el padre finalmente se levantó de la cama curado. Bella era feliz y se olvidó por completo de que los siete días habían pasado desde su promesa. Una noche se despertó sobresaltada por un sueño terrible. Había visto a la Bestia muriéndose, respirando con estertores en su agonía, y llamándola: "¡Vuelve! ¡Vuelve conmigo!" Fuese por mantener la promesa que había hecho, fuese por un extraño e inexplicable afecto que sentía por el monstruo, el caso es que decidió marchar inmediatamente. "¡Corre, corre caballito!" decía mientras fustigaba al corcel por miedo de no llegar a tiempo..Al llegar al castillo subió la escalera y llamó. Nadie respondió; todas las habitaciones estaban vacías. Bajó al jardín con el corazón encogido por un extraño presentimiento. La Bestia estaba allí, reclinada en un árbol, con los ojos cerrados, como muerta. Bella se abalanzó sobre el monstruo abrazándolo: "No te mueras! No te mueras! Me casaré contigo!" 

Tras esas palabras, aconteció un prodigio: el horrible hocico de la Bestia se convirtió en la figura de un hermoso joven. "¡Cuánto he esperado este momento! Una bruja maléfica me transformó en un monstruo y sólo el amor de una joven que aceptara casarse conmigo, tal cual era, podía devolverme mi apariencia normal. Se celebró la boda, y el joven príncipe quiso que, para conmemorar aquel día, se cultivasen en su honor sólo rosas en el jardín. He aquí porqué todavía hoy aquel castillo se llama "El Castillo de la Rosa". 

 

Respuesta  Mensaje 9 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:11
 

Había una vez... en el fondo del más azul de los océanos, un maravilloso palacio en el cual habitaba el Rey del Mar, un viejo y sabio tritón que tenía una abundante barba blanca. Vivía en esta espléndida mansión de coral multicolor y de conchas preciosas, junto a sus hijas, cinco bellísimas sirenas.

Sirenita, la más joven, además de ser la más bella, poseía una voz maravillosa; cuando cantaba acompañándose con el arpa, los peces acudían de todas partes para escucharla, las conchas se abrían, mostrando sus perlas, y las medusa al oírla dejaban de flotar. La pequeña sirena casi siempre estaba cantando, y cada vez que lo hacía levantaba la vista buscando la débil luz del sol, que a duras penas se filtraba a través de las aguas profundas. "¡Oh!, ¡Cuánto me gustaría salir a la superficie para ver por fin el cielo que todos dicen que es tan bonito, y escuchar la voz de los hombres y oler el perfume de las flores!" "Todavía eres demasiado joven". Respondió la madre. "Dentro de unos años, cuando tengas quince, el rey te dará permiso para salir a la superficie, como a tus hermanas". 

Sirenita soñaba con el mundo de los hombres, el cual conocía a través de los relatos de sus hermanas, a quienes interrogaba durante horas para satisfacer su inagotable curiosidad cada vez que volvían de la superficie. En este tiempo, mientras esperaba salir a la superficie para conocer el universo ignorado, se ocupaba de su maravilloso jardín ornado con flores marítimas. Los caballitos de mar le hacían compañía y los delfines se le acercaban para jugar con ella; únicamente las estrellas de mar, quisquillosas, no respondían a su llamada. Por fin llegó el cumpleaños tan esperado y, durante toda la noche precedente, no consiguió dormir. A la mañana siguiente el padre la llamó y, al acariciarle sus largos y rubios cabellos, vio esculpida en su hombro una hermosísima flor. "¡Bien, ya puedes salir a respirar el aire y ver el cielo! ¡Pero recuerda que el mundo de arriba no es el nuestro, sólo podemos admirarlo! Somos hijos del mar y no tenemos alma como los hombres, Sé prudente y no te acerques a ellos. ¡Sólo te traerían desgracias!" Apenas su padre terminó de hablar, Sirenita le di un beso y se dirigió hacia la superficie, deslizándose ligera. Se sentía tan veloz que ni siquiera los peces conseguían alcanzarla.

De repente emergió del agua. ¡Qué fascinante! Veía por primera vez el cielo azul y las primeras estrellas centelleantes al anochecer . El sol, que ya se había puesto en el horizonte, había dejado sobre las olas un reflejo dorado que se diluía lentamente. Las gaviotas revoloteaban por encima de Sirenita y dejaban oir sus alegres graznidos de bienvenida. "¡Qué hermoso es todo!" exclamó feliz, dando palmadas. Pero su asombro y admiración aumentaron todavía: una nave se acercaba despacio al escollo donde estaba Sirenita. Los marinos echaron el ancla, y la nave, así amarrada, se balanceó sobre la superficie del mar en calma. Sirenita escuchaba sus voces y comentarios. "¡Cómo me gustaría hablar con ellos!". Pensó. Pero al decirlo, miró su larga cola cimbreante, que tenía en lugar de piernas, y se sintió acongojada: "¡Jamás seré como ellos!". A bordo parecía que todos estuviesen poseídos por una extraña animación y, al cabo de poco, la noche se llenó de vítores: "¡Viva nuestro capitán! ¡Vivan sus veinte años!". La pequeña sirena, atónita y extasiada, había descubierto mientras tanto al joven al que iba dirigido todo aquel alborozo. 

Alto, moreno, de porte real, sonreía feliz. sirenita no podía dejar de mirarlo y una extraña sensación de alegría y sufrimiento al mismo tiempo, que nunca había sentido con anterioridad, le oprimió el corazón. La fiesta seguía a bordo, pero el mar se encrespaba cada vez más. Sirenita se dio cuenta enseguida del peligro que corrían aquellos hombres: un viento helado y repentino agitó las olas, el cielo entintado de negro se desgarró con relámpagos amenazantes y una terrible borrasca sorprendió a la nave desprevenida. "¡Cuidado! ¡El mar...!" En vano Sirenita gritó y gritó. Pero sus gritos, silenciados por el rumor del viento, no fueron oídos, y las olas, cada vez más altas, sacudieron con fuerza la nave. Después, bajo los gritos desesperados de los marineros, la arboladura y las velas se abatieron sobre cubierta, y con un siniestro fragor el barco se hundió.

Sirenita, que momentos antes había visto cómo el joven capitán caía al mar, se puso a nadar para socorrerlo. Lo buscó inútilmente durante mucho rato entre las olas gigantescas. Había casi renunciado, cuando de improviso, milagrosamente, lo vio sobre la cresta blanca de una ola cercana y, de golpe lo tuvo en sus brazos. El joven estaba inconsciente, mientras Sirenita, nadando con todas sus fuerzas, lo sostenía para rescatarlo de una muerte segura. Lo sostuvo hasta que la tempestad amainó. Al alba, que despuntaba sobre un mar todavía lívido, Sirenita se sintió feliz al acercarse a tierra y poder depositar el cuerpo del joven sobre la arena de la playa. Al no poder andar, permaneció mucho tiempo a su lado con la cola lamiendo el agua, frotando las manos del joven y dándole calor con su cuerpo. Hasta que un murmullo de voces que se aproximaban la obligaron a buscar refugio en el mar. "¡Corred! ¡Corred!" gritaba una dama de forma atolondrada. "¡Hay un hombre en la playa!" "¡Está vivo! ¡Pobrecito! ¡Ha sido la tormenta...! ¡ Llevémosle al castillo!" "¡No!¡No! Es mejor pedir ayuda..."

La primera cosa que vio el joven al recobrar el conocimiento, fue el hermoso semblante de la más joven de las tres damas. "¡Gracias por haberme salvado!" Le susurró a la bella desconocida. Sirenita, desde el agua, vio que el hombre al que había salvado se dirigía hacia el castillo, ignorante de que fuese ella y no la otra, quién lo había salvado. Pausadamente nadó hacia el mar abierto; sabía que, en aquella playa, detrás suyo, había dejado algo de lo que nunca hubiera querido separarse. ¡Oh! ¡Qué maravillosas habían sido las horas transcurridas durante la tormenta teniendo al joven entre sus brazos! Cuando llegó a la mansión paterna, Sirenita empezó su relato, pero de pronto sintió un nudo en su garganta y, echándose a llorar, se refugió en su habitación.

Días y más días permaneció encerrada sin querer ver a nadie, rehusando incluso hasta los alimentos. Sabía que su amor por el joven capitán era un amor sin esperanza, porque ella, Sirenita, nunca podría casarse con un hombre. Sólo la Hechicera de los Abismos podía socorrerla. 

Pero, ¿a qué precio? A pesar de todo decidió consultarla. "¡...por consiguiente, quieres deshacerte de tu cola de pez! Y supongo que querrás dos piernas. ¡De acuerdo! Pero deberás sufrir atrozmente y, cada vez que pongas los pies en el suelo sentirás un terrible dolor." "¡No me importa" respondió Sirenita con lágrimas en los ojos, "a condición de que pueda volver con él!" "¡No he terminado todavía!" dijo la vieja." Deberás darme tu hermosa voz y te quedarás muda para siempre! Pero recuerda: si el hombre que amas se casa con otra, tu cuerpo desaparecerá en el agua como la espuma de una ola. "¡Acepto!" dijo por último Sirenita y, sin dudar un instante, le pidió el frasco que contenía la poción prodigiosa. Se dirigió a la playa y, en las proximidades de su mansión, emergió a la superficie; se arrastró a duras penas por la orilla y se bebió la pócima de la hechicera. Inmediatamente, un fuerte dolor le hizo perder el conocimiento y cuando volvió en sí, vio a su lado, como entre brumas, aquel semblante tan querido sonriéndole. El príncipe allí la encontró y, recordando que también él fue un náufrago, cubrió tiernamente con su capa aquel cuerpo que el mar había traído. "No temas" le dijo de repente,"estás a salvo. ¿De dónde vienes?" Pero Sirenita, a la que la bruja dejó muda, no pudo responderle. "Te llevaré al castillo y te curaré."

Durante los días siguientes, para Sirenita empezó una nueva vida: llevaba maravillosos vestidos y acompañaba al príncipe en sus paseos. Una noche fue invitada al baile que daba la corte, pero tal y como había predicho la bruja, cada paso, cada movimiento de las piernas le producía atroces dolores como premio de poder vivir junto a su amado. Aunque no pudiese responder con palabras a las atenciones del príncipe, éste le tenía afecto y la colmaba de gentilezas. Sin embargo, el joven tenía en su corazón a la desconocida dama que había visto cuando fue rescatado después del naufragio. Desde entonces no la había visto más porque, después de ser salvado, la desconocida dama tuvo que partir de inmediato a su país. Cuando estaba con Sirenita, el príncipe le profesaba a ésta un sincero afecto, pero no desaparecía la otra de su pensamiento. Y la pequeña sirena, que se daba cuenta de que no era ella la predilecta del joven, sufría aún más. Por las noches, Sirenita dejaba a escondidas el castillo para ir a llorar junto a la playa.

Pero el destino le reservaba otra sorpresa. Un día, desde lo alto del torreón del castillo, fue avistada una gran nave que se acercaba al puerto, y el príncipe decidió ir a recibirla acompañado de Sirenita. La desconocida que el príncipe llevaba en el corazón bajó del barco y, al verla, el joven corrió feliz a su encuentro. Sirenita, petrificada, sintió un agudo dolor en el corazón. En aquel momento supo que perdería a su príncipe para siempre. La desconocida dama fue pedida en matrimonio por el príncipe enamorado, y la dama lo aceptó con agrado, puesto que ella también estaba enamorada. Al cabo de unos días de celebrarse la boda, los esposos fueron invitados a hacer un viaje por mar en la gran nave que estaba amarrada todavía en el puerto. Sirenita también subió a bordo con ellos, y el viaje dio comienzo. Al caer la noche, Sirenita, angustiada por haber perdido para siempre a su amado, subió a cubierta. 

Recordando la profecía de la hechicera, estaba dispuesta a sacrificar su vida y a desaparecer en el mar. Procedente del mar, escuchó la llamada de sus hermanas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Somos nosotras, tus hermanas! ¡Mira! ¿Ves este puñal? Es un puñal mágico que hemos obtenido de la bruja a cambio de nuestros cabellos. ¡Tómalo y, antes de que amanezca, mata al príncipe! Si lo haces, podrás volver a ser una sirenita como antes y olvidarás todas tus penas." Como en un sueño, Sirenita, sujetando el puñal, se dirigió hacia el camarote de los esposos. Mas cuando vio el semblante del príncipe durmiendo, le dio un beso furtivo y subió de nuevo a cubierta. Cuando ya amanecía, arrojó el arma al mar, dirigió una última mirada al mundo que dejaba y se lanzó entre las olas, dispuesta a desaparecer y volverse espuma. Cuando el sol despuntaba en el horizonte, lanzó un rayo amarillento sobre el mar y, Sirenita, desde las aguas heladas, se volvió para ver la luz por última vez. Pero de improviso, como por encanto, una fuerza misteriosa la arrancó del agua y la transportó hacia lo más alto del cielo. Las nubes se teñían de rosa y el mar rugía con la primera brisa de la mañana, cuando la pequeña sirena oyó cuchichear en medio de un sonido de campanillas: "¡Sirenita! ¡Sirenita! ¡Ven con nosotras!" "¿Quienes sois?" murmuró la muchacha, dándose cuenta de que había recobrado la voz "¿Dónde estáis?" "Estas con nosotras en el cielo. Somos las hadas del viento. No tenemos alma como los hombres, pero es nuestro deber ayudar a quienes hayan demostrado buena voluntad hacia ellos." Sirenita , conmovida, miró hacia abajo, hacia el mar en el que navegaba el barco del príncipe, y notó que los ojos se le llenaban de lágrimas, mientras las hadas le susurraban: "¡Fíjate! Las flores de la tierra esperan que nuestras lágrimas se transformen en rocío de la mañana. ¡Ven con nosotras! 

 

Respuesta  Mensaje 10 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:12
 
PRIMERO DEL AÑO.
  
 
-¡Madame , un paquete!

La amiga en cuya casa estoy tomando el té deja su taza ,
palmotea y se levanta de un salto:

-¡Qué bien! ¡Otro paquete!

Corta las cuerdecitas, emplea un cortapapeles a guisa de tijeras para abrir
 la frágil cajita, desata unas cintas , aparta unas virutas de embalaje
 y descubre, al fin, un florero irisado.

-¡Mira!- exclama friamente -¡ Es un florero!

-¡Un florero muy lindo!

-Sí, muy lindo. María, pon esto sobre la consola... No ,
 en mi habitación... en fin , en alguna parte, ¡donde tú quieras!
Vuelve a sentarse , coge su taza y hablamos. Pero casi no me escucha
 porque tiene el oído atento a las llamadas de la campanilla.
Entre navidad y primero de año, continuamente espera el otro paquete,
el que no ha llegado aún y sobre el que se lanza cada vez con
entusiamo, porque es cada vez más bello, más cerrado,
 más protegido con cintas y envoltorios y triple cartón.
Yo creo que el gozo de las mujeres ,
 cuando se acerca el primero de enero,
se parece menos al de el niño mimado que a la esperanza
inquieta del prospector. Su corazón palpita ante la joya
cerrada, la golosina o la chuchería misteriosa;
pero esto se debe, sobre todo, al obstáculo.
¿Qué "sorpresa" podría asombrarlas? 
 ¿Qué regalo puede superar su esperanza?
Una orgullosa y mísera jovencita de París vió cerrarse un
 día alrededor de su lindo cuello, bajo la rala piel de
 conejo que le servía de renard, un hilo de perlas finas
y apenas supo replicar a las envidiosas camaradas que decían : "¡No sale de su asombro!"

-Es verdad...., ¡de no haberlo tenido antes!

Una réplica así revela , más que ambición ,
una familiaridad bohemia con la riqueza, con todas las potencias del mundo,
y puedo imaginarme bien a la pobrecillas arrojando
 su collar al Sena, sólo para dejar pasmado al donante.
Mañana, cuando el último mozo de uniforme azul haya
recibido su postrera propina, mi amiga empezará a
escoger entre sus presentes, y será una elección bastante
 secreta, en la que que el esnobismo no contará para nada.
Y tal vez elegirá precisamente, desafiando la bella copa
de jade, esa sencilla burbuja de cristal en la que gira el
arco de colores...Si le pregunto, no me dirá la razón;
tal vez no querrá hacerlo, o quizá no podría,
aunque quisiera. Reirá con un aire un poco infantil,
excusándose vagamente: "Pues no sé... Me gusta...
Me recuerda cosas pasadas, de cuando era pequeña..."
No insistiré; soltaré una risita no menos tonta que la
 suya, pensando en la fuerza incomprensible de ciertas
 tradiciones, de ciertos recuerdos infantiles. Recordaré una edad
en la que la sensación sutil carece de palabras,
 se asusta de su agudeza, se oculta. Jamás olvidaré la
 desilusión de mis padres cuando les pedí como regalo-
 tendría yo entonces ocho años- un viejo y pequeño volumen
titulado Los doce Césares, un frasquito de mercurio y
una manta de viaje atada con correas.¿ Cómo podía hacer
comprender a unas personas sencillas y maduras que Los
doce Césares no era un libro aburrido,
 sino un pebetero cuyas picadas páginas olían a papel
viejo, un poco a manzana, un poco a madera de tuya del
armario de puertas con cristales? ,el mercurio, frío y vivo
en el hueco de la mano, como una menuda serpiente,
 era para tocarlo, para verlo desmenuzarse en mil bolitas grises
cuando lo aplastabacon la punta del dedo. y la manta de
viaje, si me la hubiesen regalado, no se habría separado
 de sus correas, pues era su doble cinturón de cuero lo
 único que significaba, para una niña que nunca había salido de su
pueblo, viajes, aventuras, peligros y todos los países que están al otro lado del mundo.
No quisiera , efectivamente, que mi amiga se enterase de que ayer
caí en la tentación de comprar, en honor de esas
 "cosas pasadas", y porque era la víspera del 1 de enero,
 una libra de golosinas baratas y media docena de canicas de
 cristal enormes, cuyo vidrio vulgar encierra una especie
 de confite verde y rosa con el que ya no me atrevo a jugar...
A/D
 

Respuesta  Mensaje 11 de 26 en el tema 
De: º°‘¨MICHELLEº°‘¨ Enviado: 21/05/2011 14:13
 

El espíritu festivo


¿Habéis visto alguna vez un tenderete con un mon­tón de naranjas cubiertas de nieve?

Debajo de las torres de la catedral de Tyn, en la plaza de Staroméstké,

 se hallaban por navidad ,siempre, los tenderetes con mercancía de pa­pel.

Allá podríais encontrar rollos de papel de seda y de crespón de

 todos los colores, pantallas para lámparas, reproducciones de santos para

enmarcar, postales y papel de cartas.
Yo no buscaba ninguna de estas cosas; a mí sólo me interesaban las hojas

  recortables con figuritas de belén en color. Estaban mal

 im­presas, los colores a veces se salían fuera de las formas,

 pero yo no veía nada de esto. La fea palabra Krippen en la

cabecera indicaba de dónde provenían. Pero eran baratísimas.
También tenían hojas más pequeñas, con figuras impresas en

 cartulinas con hermosos colores, y su superficie brillante

 permitía no solamente un res­plandor deslumbrante de los

hábitos de los reyes, sino que hasta la pobreza y la sencillez

 de los trajes de los pastores pareciese más espectacular.

 A estas figuras no había que pegarles nada detrás.

Bastaba con separarlas, encolar abajo un trocito

 fino de madera y pincharlas dentro del musgo blando.

Aquellas hojas que me podía permitir comprar por poco dinero se

 tenían que pegar primero so­bre un papel duro,

y sólo entonces se podían recortar con mucho

cuidado. Era demasiado trabajo, pero se hacía con gusto.
 
Montar un bonito Belén era el deseo de muchos niños,

aunque, según recuerdo, no les inspiraba un sentimiento religioso;

aquellos belenes eran más bien testigos de un idilio y un anhelo

 románticos. Era el tiempo de los juegos y de las fiestas que se acercaban.

Yo me olvidaba del tema central de la leyenda navideña,

 del establo con Jesucristo acabado de nacer,

 y prestaba mucha más atención al cas­tillo pagano,

 y al palacio del rey Herodes. ¡Qué bonita y qué misteriosa era

aquella ciudad medieval, o quizá posterior, que se veía sobre el

 establo del Belén! Ningún color fue nunca tan jubiloso,

 ninguna almena tan dentada, ni ningún pa­lacio tan dorado y

 vistoso. Muchas ventanas se podían recortar, pegar en ellas

 papel transparente rojo, y detrás de él, encender una vela.

Yo, con paciencia, recortaba una ovejita tras otra y,

 con ellas, los dos pastores que dormían en el suelo entre el

rebaño. Porque un re­baño de ovejas es una parte importante

dentro de la belleza de un Belén. Lo más difícil era recortar

 el largo palo pastor que se alzaba por encima de su amplio sombrero., ¡Cuántos había estropeado!

A ve­ces se me iba la mano con las tijeras; otras veces

el palo se encor­vaba tanto que ya no parecía un palo.
Hasta que alguien me acon­sejó que pusiera a los pastores en la

 mano un trocito de madera largo y fino. Esto me salió bien y,

al final, la caja estaba llena de fi­guras pobres y primitivas, pero sagradas y hechizadas.

Todavía hoy veo el grandioso elefante con un baldaquín rojo y

con flecos y borlas dorados, el camello con un tapiz de colores

 en­tre las jorobas, y también el esbelto caballo blanco,

 con la cabeza levantada y un precioso gorro rojo.

Las tres majestades se pararon cerca del establo del Belén.

El elefante era conducido por un ne­grito con turbante blanco

 y  el camello por un árabe con una lanza, mientras que sus

reales amos estaban humildemente arrodillados en el musgo, delante del pesebre.
Sólo el rey negro estaba un poco perplejo, algo más atrás,

para que se cumpliesen las palabras de una antigua canción navideña.

El placer más grande consistía en agrupar el hermoso rebaño

de ovejas, con el perro que corría alrededor, sobre una roca de

 pa­pel. Algunos pastores estaban durmiendo, otros daban de

 beber a las ovejas. En el fondo del Belén había un cielo azul

 con estrellas doradas: éstas también se podían comprar bajo

 las torres del Tyn, en la plaza Staroméstské,

en pequeñas hojas de papel, y separarlas fácilmente una de otra.

 Por último, hubo que poner la estrella de Navidad sobre un

 alambre para que temblara cuando la tocaran y pareciera viva.

 El Belén estaba listo. Sólo faltaba una cosa: espolvo­rearlo todo

 con nieve artificial, sin tener en cuenta que los pastores iban

 descalzos, que de las palmeras colgaban los enormes

racimos de dátiles y que había otras llenas de flores de un rojo vivo.

Un amigo mío dice que la gente quiere los belenes porque les

hacen ver el mundo más humano e idílico. Pero yo los adoraba porque estaban

 inseparablemente unidos a la época de fiestas her­mosas,

 cuando todo estaba perfumado y la gente era distinta.

Mi padre, mi madre y todos los demás. Parecían más felices,

 sonreían y eran más amables. Toda la casa respiraba bienestar.
 
Yo deseaba que aquel tiempo tan feliz transcurriera muy

 despacito. Cada rincón de la calle, in­cluso el más vulgar,

 parecía vestido de fiesta en aquella época na­videña.

Todo era distinto, más gracioso, más hermoso.
 
Eso sucede cuando se tiene el espíritu festivo en el corazón

y no solamente escrito con letras rojas en el calendario.
Jaroslav Seifert

 


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