Entonces está usted muy atrasado con relación a su tiempo- respondió la rata de agua-. Hoy día todo buen cuentista comienza por el final; prosigue por el comienzo y acaba por la mitad. Es el nuevo método. Lo he oído así de boca de un crítico que se paseaba alrededor del estanque con un joven. Trataba el asunto magistralmente y estoy segura de que tenía razón, porque calzaba unas gafas azules y era calvo; y cuando el joven le hacía observación respondía siempre: "¡Ps!" Pero continúe usted su historia, se lo ruego. Me gusta mucho el molinero. Yo también encierro toda clase de bellos sentimientos, por eso hay una gran simpatía entre él y yo.
-¡Bien!- dijo el pardillo saltando en sus dos patitas-. No bien pasó el invierno, y apenas las velloritas empezaron a abrir sus estrellas amarillas pálidas, el molinero dijo a su mujer que iría a visitar al pequeño Hans.
-¡Ah, qué buen corazón tienes!- le gritó su mujer- Piensas siempre en los demás. No olvides llevar el canasto grande para traer las flores.
Entonces el molinero ató unas con otras las aspas del molino con una fuerte cadena de hierro y bajó la colina con la cesta al brazo.
-Buenos días, pequeño Hans- dijo el molinero.
-Buenos días- respondió Hans, apoyándose en su azadón y sonriendo con toda su boca.
-¿Que tal has pasado el invierno?- preguntó el molinero.
-¡Bien, bien!- respondió Hans-. Muchas gracias por tu interés. He pasado malos ratos, pero ahora ha vuelto la primavera y soy casi feliz... Además, mis flores van muy bien.
-Hablamos de ti con mucha frecuencia este invierno, Hans- prosiguió el molinero-, preguntándonos qué sería de ti.
-¡Qué amable eres!- dijo Hans-. Temí que me hubieras olvidado.
-Hans, me asombra oírte hablar de ese modo- dijo el molinero-. La amistad no olvida jamás. Eso es lo que tiene de admirable, aunque me temo que no comprendas la poesía de la amistad... Y entre otras cosas, ¡qué bellas están tus velloritas!
-Sí, realmente están muy bellas- dijo Hans-, y es para mí una gran suerte tener tantas. Voy a llevarlas al mercado, para vendérselas a la hija del burgomaestre y con ese dinero compraré otra vez mi carretilla.
-¿Qué comprarás otra vez tu carretilla? ¿Quieres decir entonces que la vendiste? Es un acto muy tonto.
-Seguramente, pero el hecho es- replicó Hans- que me vi obligado a ello. Como sabes, el invierno es una estación mala para mí y no tenía nada de dinero para comprar pan. Así es que vendí primero los botones de plata de mi traje de los domingos; después mi cadena de plata y luego mi flauta. Por fin vendí mi carretilla. Pero ahora voy a rescatarlo todo.
-Hans- dijo el molinero- te daré mi carretilla. No está en muy buen estado. Uno de los lados se ha roto y están algo maltrechos los radios de la rueda, pero no obstante te la daré. Sé que es muy generoso por mi parte y a mucha gente le parecerá una locura que me deshaga de ella, pero yo no soy como el resto del mundo. Creo que la generosidad es la esencia de la amistad, y por otra parte, me he comprado una carretilla nueva. Sí, puedes quedar tranquilo... Te daré mi carretilla.
-Gracias, eres muy bueno- dijo el pequeño Hans. Y su afable cara redonda se iluminó de placer-. Puedo arreglarla fácilmente porque tengo una tabla en mi casa.
-¡Una tabla!- exclamó el molinero-. ¡Muy bien!
Eso es justamente lo que necesito para la techumbre de mi granero. Hay una gran brecha y se me echará a perder todo el trigo si no la tapo. ¡Qué oportuno has estado! Realmente está claro que una buena acción engendra otra siempre. Te he dado mi carretilla y ahora tú vas a darme tu tabla. Es cierto que la carretilla vale mucho más que la tabla, pero la amistad sincera no nunca se detiene en esas cosas. Dame enseguida la tabla y hoy mismo comenzaré a trabajar para arreglar mi granero.
-¡Ya lo creo!- repuso el pequeño Hans.
Fue corriendo a su casa y sacó la tabla.
-No es una tabla muy grande- dijo el molinero mientras la observaba- y me temo que una vez hecho el arreglo de la techumbre del granero no quedará madera suficiente para la compostura de la carretilla, pero claro es que no tengo la culpa de eso... Y ahora, en vista de que te he dado mi carretilla, estoy seguro de que accederás a darme en cambio unas flores... Aquí está el cesto; trata de llenarlo casi por completo.
-¿Casi por completo?- dijo el pequeño Hans, bastante afligido porque el cesto era bastante grande y comprendía que si lo llenaba, no le quedarían flores para llevar al mercado y estaba deseando recuperar sus botones de plata.