Dejarse guiar.
Si un niño pequeño quisiera caminar solo y valerse por sí mismo, sin ayuda de nadie, ni de la madre y ni del padre, ya podemos entender que no llegará muy lejos y que es muy probable que tenga algún accidente.
En la vida espiritual también pasa algo parecido cuando con nuestra incapacidad para todo bien, que tenemos por herencia del pecado, nos queremos valer por nosotros mismos sin dejar a Dios que nos guíe por el camino de la vida.
Si queremos ser de los pequeños que habla Jesús en el Evangelio, a quienes el Padre se ha complacido en revelarle los secretos del Reino, entonces tenemos que saber dejarnos guiar por la mano sabia de Dios, porque nosotros solos no podemos hacer absolutamente nada.
Es bueno que trabajemos día y noche sobre esta docilidad de alma que debemos tener con Dios, porque no solo nuestra santificación depende de ello, sino que hasta nuestra simple salvación eterna está en juego.
Por eso es bueno que digamos a Dios que no queremos guiar nuestra vida sino que la guíe Él y su Madre, y nosotros, por nuestra parte, nos comprometeremos a seguir la voluntad del Señor, sin oponer resistencia a sus operaciones en nosotros.