Rafael, un hombre que vivía entre lo verde y lo azul, lejos de lo que él llamaba "una jungla artificial de concreto", era un ermitaño, víctima de su misantropía pero lejos de ser un sujeto nefasto y mucho menos hereje; solo era una simple persona encadenada a sus recuerdos. Sus viajes a la ciudad eran tan poco prolongados como fuera necesario, los indiferentes y pálidos rostros de la plebe le causaban aversión. En su solitaria casa, Rafael, permanecía en un ocio constante al cual le dedicaba diversas actividades, pero la más significativa era la pesca. Muy poco sabía el sobre pesca, no había recibido una doctrina, solo era un aficionado; la mayoría de las veces se adentraba al río con su bote para contemplar el brillo del nocturno cielo y dormirse junto a él con un nexo de silencio y paz. Una noche que brillaba tanto como así lo quisieron los astros, Rafael yacía dormido en su bote cuando un zaherido ruido interrumpió su sosiego estado de sueño. Lo primero que vio, fue un extraño bulto saltando de lado a lado dentro del bote, su borrosa vista no le había permitido distinguir que era, pero en cuanto recobró la lucidez en la mirada se percató de que era su abrigo realizando un movimiento un tanto extraño pero no descabellado. Procedió a tomar el atuendo y levantarlo para sacar a relucir la situación, su hipótesis era estrictamente correcta, no era otra cosa más que un pez aleteando y luchando por su vida. Rafael quedó observándolo por unos diez o quince minutos aproximadamente y se asombró al ver que el pez no dimitía de su lucha por la vida. –Sabes-... dijo el hombre... -al parecer no somos tan distintos. Cuando mi esposa partió de este infecto mundo, yo me encontré en un estado equiparable al tuyo, me costó mucho superarlo y todavía no he encontrado consuelo para ella. No creo en Dios, no puedo comprenderlo, lo intenté varias veces pero en verdad no puedo. "Dios obra de maneras misteriosas", escuché eso en reiteradas ocasiones y me parece lógico, la grey debe defender a su creador, pero eso no es excusa para explicar por qué un Dios crearía un mundo que será destruido por sus propios habitantes. Por más que quiera convencerme de que Él llevó a mi esposa a un lugar mejor y que ella ahora descansa sobre una hamaca de arco iris, por más que anhelo creerlo mi escepticismo me lo impide- Después de decir esto Rafael busca comodidad de nuevo en su bote -Buenas noches- le dijo al pez e intentó volver a reconciliar el sueño. Le restó importancia al animal y ahí lo dejó, agonizando en una sucia esquina del bote. El alba despierta a Rafael, quien no hace otra cosa más que quedarse pasmado- No puede ser- exclamó- ¿Todavía con vida?- esas palabras fueron las primeras que salieron de su boca luego de ver al insistente pez aleteando. Introdujo al pez en un pequeño bolso que tenía y regresó a su morada. En su solitaria casa iniciaría un día rutinario. Pez y faca en mano, Rafael se dirige a la cocina para prepararse el desayuno - Vaya suerte la mía- pensó -me ahorrarás el viaje a la ciudad-. El pez no cesaba en sus movimientos y la ética y moral de Rafael no le permitieron acabar con la vida del animal. -Sos un monumento a la perseverancia, ¿quién soy yo para arrebatarte la vida?, la naturaleza es más cruel y sabía que yo. Así que lo dejaré en sus manos... ¡Y la de tu suerte claro!- acotó con tono irónico. Arrojó al pez por la ventana y se aventuró en un incómodo viaje hacia el pueblo. Al regresar a su casa vio a su gallo en un lugar poco habitual, dado que él siempre lo mantiene encerrado en el gallinero. Tomó al ave y fue a colocarlo en su sitio, pero una desmesurada sorpresa fue lo único que se llevó. El pez que anteriormente había arrojado por la ventana cayó sobre un charco dentro del gallinero y se había adaptado de manera extraordinaria. La hipótesis de Rafael de que una comadreja andaría merodeando en el gallinero, estaba garrafalmente equivocada pero lejos estaba esta situación de esclarecer las cosas. Para eliminar la duda, dejó al gallo en el gallinero y realizó una vigilancia sobre sus movimientos. Pasaban los días y Rafael seguía perplejo, cada mañana encontraba al gallo fuera de lugar y no podía explicar por qué. Le dedicaba poco tiempo a la vigilancia del gallo, ya que era un hombre muy laborioso, el pecado al cual se mantenía más aberrante era la pereza. Hasta que una tarde Rafael presencia una situación particularmente delirante para cualquier persona cuerda, observa que Rafael (había nombrado de manera homónima al pez) se envolvía en una ardua riña con el gallo y salía victorioso. Ese era el motivo, el pez Rafael expulsaba al gallo del gallinero marcando territorio y no solo eso, sino que también lo hacía por la pareja, increíblemente el pez se involucraba en el apareamiento con las gallinas. La adaptación del pez se había vuelto completamente eficaz y eficiente y dejó de ser un simple pez para convertirse en una unicidad. Al próximo día se desató un diluvio que no cesaría hasta dentro de las siguientes tres jornadas. El mismo aumentó de manera considerable el caudal del río de tal manera que alcanzó la casa y supero el nivel de la superficie de la misma en poco más de un metro. El gallinero se inundó casi en su totalidad, el pez Rafael murió ahogado.
«Las personas se proponen metas en la vida, ser exitosos, distinguidos, especiales o simplemente adaptarse y ser aceptados en una sociedad, comunidad o en una de las denominadas "tribus" si se quiere. La mayoría lo consigue, pero pagan el precio de apartarse de seres queridos, pagan el precio de conseguirlo a costa de otro, más caro aún pagan el precio de olvidarse de donde provienen. Es importante no olvidar lo que aprendimos, porque no sabremos que hicimos, y si no sabríamos que hicimos olvidaríamos lo que fuimos, si olvidaríamos lo que fuimos, no sabríamos que somos y si no sabríamos que somos, que lejos estaríamos de esa meta que nos habríamos propuesto, porque nos habríamos convertido en nadie».
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