Cada vez que me llego a leer este texto de san Juan de la Cruz, me siento tan cuestionado que experimento cierta vergüenza ante el Señor. La afirmación clave del místico castellano es que más vale una hora de oración con amor al Señor que tantas predicaciones y actividades pastorales y reuniones y ajetreo... ¡estériles tantas veces!
Leámoslo primero:
“Porque es más precioso delante de él y del alma un poquito de este puro amor, y más provecho hace a la Iglesia, aunque parece que no hace nada, que todas esotras obras juntas. Que por eso María Magdalena, aunque con su predicación hacía gran provecho, y le hiciera muy grande después, por el gran deseo que tenía de agradar a su Esposo y aprovechar a la Iglesia, se escondió en el desierto treinta años, para entregarse de veras a este amor, pareciéndole que en todas maneras ganaría mucho más de esta manera, por lo mucho que aprovecha e importa a la Iglesia un poquito de este amor.
De donde, cuando un alma tuviese algo de este grado de solitario amor, grande agravio se le haría a ella y a la Iglesia, si aunque fuese por poco espacio, la quisiesen ocupar en cosas exteriores o activas, aunque fuesen de mucho caudal; porque, pues Dios conjura que no la recuerden de este amor, ¿quién se atreverá y quedará sin reprehensión? Al fin, para este fin de amor fuimos criados” (CB 29).