Desperté, y tras un pausado parpadeo, conseguí abrir los ojos por completo. Las remanentes brumas del sueño me hicieron desconfiar de mis sentidos durante unos instantes, y cuando éstas se disiparon, no quedó sombra de duda alguna: todo estaba sumido en la más absoluta oscuridad.
Acto seguido intenté situarme dentro de mis habituales referencias espacio-temporales; mayúscula fue mi sorpresa cuando comprendí que las desconocía. ¿Qué ocurre? ¡No recuerdo nada! –pensé aterrorizado.
Pero la amarga sorpresa no había hecho sino empezar. Con la salvedad de los ojos, el resto de mi cuerpo estaba paralizado, indiferente a mi voluntad de movimiento. Los titánicos esfuerzos por arrancar la más ligera señal de vida a alguno de mis miembros fueron estériles.
Intenté mantener la creciente angustia bajo control y pasé a revisar el estado de mi mente. Tras un breve intervalo, el autoanálisis arrojó alarmantes conclusiones: aunque la capacidad de raciocinio permanecía intacta, todos los contenidos de mi memoria a medio y largo plazo habían desaparecido por completo, así como la práctica totalidad del vocabulario. La situación parecía confirmar que sólo era un cerebro ignorante, aislado en un medio inexistente, carencia absoluta de estímulos…Tal vez esto fuera la Nada. Mi personalidad consigo misma, yo como primordial unidad…No podía concebir idea más espantosa.
La incapacidad de asimilar la evidencia se apoderó de mi mente incompleta. El horror microorgánico, el horror celular, el horror primigenio...sin fin.
Creí ver fogonazos de luminosidad cromática, creí sentir un movimiento circular que tomaba mi cuerpo como eje de rotación –e incluso escuchaba voces constantemente-, voces susurrantes que decían saberlo todo; aunque es probable que sólo fuesen estímulos alucinatorios que mi cerebro creaba como respuesta a la ausencia ambiental.
Más allá de mis posibilidades estaba conocer por cuanto tiempo estuve inmerso en la sinrazón de la locura, y poco importaba, pues el tiempo tampoco existía para mí.
De repente, una serie de fosforescentes caracteres tipográficos –minúsculos, pero perfectamente legibles- comenzó a dibujarse frente a mis ojos, sobre el invariable fondo negro. No se trataba de otra alucinación, pues ningún producto de la imaginación podría poseer semejante nitidez.
Turbado, leí aquella línea de signos:
“Este mensaje fue grabado en la retina de su ojo derecho con fecha /21-07-2074/. El hecho de que usted pueda leer esta inscripción corroborará el correcto funcionamiento de los recursos tecnológicos intrínsecos a su proceso penal en curso.
El Consejo Judicial dictaminó “Consciencia Irreversible” como sentencia final a su prolongado juicio, según los trámites pertinentes.
En este momento acaba usted de abandonar el sistema solar, con una velocidad media aproximada de 27 km/s. Su cerebro se encuentra inmerso en fluido amniostable dentro de un cilindro biocomputerizado modelo Társic –virtualmente indestructible- con trayectoria autorregulada hacia su vacío interestelar más próximo.
El resto de su cuerpo fue incinerado según normativa habitual. Su petición de clemencia fue aceptada por el Consejo Judicial; así pues su consciencia fue desactivada antes de iniciar el traumático proceso de extracción cerebral.
Como habrá podido comprobar, su memoria se encuentra prácticamente anulada. No se preocupe, se encuentra en perfecto estado de conservación; e irá recuperando progresivamente su libre acceso a la misma con el paso de los eones, siguiendo el esquema psicométrico implantado según la pauta 7C-3 de su sentencia. De hecho, podrá usted recordar hasta la más nimia de sus experiencias vividas, y evaluar así el nivel de ajuste existente entre la naturaleza de su castigo y su grado de responsabilidad en el crimen cometido.
Si el azar está de su parte, encontrará su final en el choque con algún cuerpo errático, aunque las probabilidades de impacto son abismalmente remotas. En caso contrario, su vida será eterna.”
Hasta siempre
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