No era una mañana mas, algo me decía que iba a pasar algo pero no sabia que. Me levanto como todos los días a la misma hora y con el singular ruido de mi despertador. Me siento en mi cama grande, confortable, situada en una amplia habitación calida e iluminada. Un ventanal que muestra el exterior en forma de cuadro. Observo con detenimiento esa mancha negra que contrasta la almohada blanca, curvas que se asoman en sabanas suaves, congeladas en el tiempo, como estatua viviente sin moneda, tierna, frágil, a la espera de nada ni nadie. Ella siempre en la misma pose, inmersa en un sueño profundo y sin perturbación alguna. Todas las mañanas se despierta una hora mas tarde que yo. Cuando me despierto la observo unos minutos para llevarme una foto de ella y luego me alejo de la habitación, recorro el pasillo y bajo las escaleras con la tranquilidad de que todo esta en orden. Voy en busca del desayuno, ese ritual previo al resto del día. Hoy algo sucedería, tenia ese presentimiento desde el momento en que mi cuerpo y mi cama dejaron de se ser un solo objeto. En la planta baja diviso su cartera arriba de la mesada. Estaba abierta como invitándome a ella. No soy de hacer esto pero hoy todo es distinto. Me acerco y con culpa la reviso. Cartas de alguien, un tal Ignacio. No era amigo de la familia ni conocido nuestro. Leo con detenimiento mientras me preparaba para lo peor. Palabras y frases como puñales. No podía creer que estaba en presencia de mi engaño, del fin de una relación y del principio de otra. Se hacia cada ves mas difícil sostener ese papel entre mis manos, era filoso y quemaba. ¿Qué debo hacer?, era el único interrogante que se me manifestaba, cuya respuesta no estaba o no quería que este. Me conozco, ese era mi terror más grande, mi reacción podía no ser la adecuada pero ya no me importaba nada. Era tanto el dolor que el corazón no piensa, y eso me asustaba. Me acerco al bar en busca de un trago que me tranquilice pero nada era suficiente. En ese mismo instante oigo un grito. Era ella, pedía ayuda. Me nombraba entre llantos y suspiros. Corrí con fuerza hasta esa escalera sin fin, hasta ese pasillo interminable, hasta esa puerta que en ese momento separaba lo que nadie nunca soportaría ver. Su cuerpo blanco, sin vida, sus ojos perdidos en un mundo de arrepentimientos, su boca gesticulando perdón, las manos cerradas e impotentes; todo era un idioma propio que supe descifrar. Seguía ahí, como la última ves que me fui, quieta y callada. ¿Quién fue? ¿Que hizo ella para merecerse esto?, esta ves eran otras las preguntas, cuyas respuesta yo sabia. Me siento en mi cama, la miro y no podía entenderlo. Me recuesto sin saber que hacer y me duermo profundamente buscando la cura de todo el dolor. Al despertarme todo había cambiado: mi habitación ya no era amplia ni calida e iluminada, la cama había dejado de ser grande y confortable; todo parecía un sueño. Y cuando de repente miro que mi ventanal ya no es un cuadro y que fue remplazado por barras verticales de piso a techo, como jaula sin salida. Me di cuenta que no era un sueño si no más bien el principio de mi pesadilla.
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