Raudo el buque navega. En la toldilla fuma impasible el capitán negrero. Por la abierta escotilla sube murmullo ronco y plañídero, que el sollozo semeja de mil bestias humanas; es el ébano vivo que se queja al dejar las llanuras africanas.
Y mientras gime abajo el cargamento, y a merced de las olas y del viento, navega el barco por la mar bravía, que nos relate el capitán un cuento, pide a voces la audaz marinería.
-¿Una historia pedís? Ahí va la mía, -el negrero exclamó-. Si por mi alarde de arrojo temerario habéis creído, que cual valiente soy, valiente he sido, ¡grande fue vuestro error! Yo fuí un cobarde.
Yo fuí cobarde, sí, porque yo amaba con la ternura de la edad primera, a una mujer que infame me engañaba, y la amaba frenético, la amaba como ama a sus cachorros la pantera.
No sé si su adulterío o mi cariño la hicieron concebir un tierno niño, mas sé que entre la madre y el hijuelo tanta dicha gocé, tanta ventura, que a deciros verdad me figuraba que casí comprendí lo que era el cielo.
Breves fueron mis cándidos amores, breve mi dicha fue, breve mi calma, y al saber la traición de los traidores sentía del infierno los horrores, dentro del corazón, dentro del alma.
A mi ríval deshice a machetazos y antes de herir a la que impía rompió de amor los bendecidos lazos, el arma se detuvo, que en los brazos de la mujer culpable, sonreía el pequeñuelo débil e inocente, y no quise manchar su tersa frente; y, de pueril ternura haciendo alarde, por no dejar sin madre al pequeñuelo, ¡a la infiel perdoné como un cobarde!