Los siete dones del Espíritu Santo me son dados para engrandecer Su templo: mi alma.
Los cimientos de Su templo son la fe, la esperanza y la caridad, y los siete dones son las herramientas y
el material usado por el Espíritu para construir un lugar digno para que Jesús habite en él.
En el bautismo yo fui hecha hija de Dios y templo de Su Espíritu. Esa es la Buena Noticia.
Jesús logró para mí este privilegio en el cual yo ni siquiera había soñado.
Esta presencia de Dios en mi alma ¿es algo estático o vivo?.
Debe estar vivo y activo si sus fuerzas transformadoras han de lograr su objetivo.
No obstante, una fuerza de la cual no sé nada no es realmente una fuerza, así que yo debo entender
qué es lo que la divina presencia de la Trinidad significa para mi vida diaria.
El amor debe manifestarse, y el Dios que habita en mi alma es amor. Él me otorga unos apoyos poderosos llamados
"dones" para auxiliarme en mi relación con Él y con mis prójimos.
La misión del Espíritu Santo es hacerme santa. Es Él quien infunde gracia en mi alma y paulatinamente me transforma en Jesús.
Él cura con amor, paz y alegría las heridas causadas por las tijeras podadoras del Padre.
En tiempos de tentación Él me sostiene mediante el temor de Dios, dándome un sentimiento de temor que nace del amor;
un espíritu de reverencia que me detiene de rendirme ante la tentación.
Me da paciencia por medio del don de piedad cuando mi prójimo me exige más tiempo y amor del que tengo.
Me hace fuerte con el don de fortaleza cuando me siento muy débil para llevar a cabo las tareas que Él me encomienda.
Cuando debo decidir qué es lo que quiere de mí, .Él me ayuda a discernir mediante el don de consejo.
Me hace desprenderme de las cosas de este mundo con el don de la sabiduría.
Aumenta mi fe dándome la luz mediante el don de entendimiento.
Él emociona mi alma con un profundo reconocimiento de la presencia del Señor a través del don de sabiduría.
Para mantener mi alma balanceada entre el temor y el amor, el Espíritu Santo incrementa en ella la virtud de la esperanza.
La esperanza es esa virtud maravillosa que me aleja de la desesperanza y la arrogancia.
Sin esperanza yo no podría ver el final del camino ni sentir la alegría cuando llegue a él.
Hay ocasiones en que, habiendo caído, mi temor de haber ofendido a Dios
me hace perder la objetividad. Llego a creer que mi pecado es demasiado
grande para que Él me lo perdone. La esperanza viene en mi auxilio
y me da la certeza de que, en Su amor y misericordia,
Él perdona y olvida. Amantemente espera mi retorno y todo el Cielo se regocija.
Hay otras ocasiones en que el miedo de ofender a Dios casi desaparece y caigo
en una especie de letargo que me impide mantenerme lejos de las ocasiones
de pecado, pensando y racionalizando que, como Dios es amante y misericordioso, no le importa nada el pecado.
Y entonces la esperanza me devuelve mi don de temor del Señor.
De entre las grises nubes de la arrogancia brilla la luz de la justicia de Dios,
y me percato que, sin importar lo que yo piense, la santidad divina detecta la sombra
del pecado y yo corro el riesgo de perder la alegría eterna a causa de ser laxa conmigo misma.
Se trata de una fuerza invisible que no puede ser vencida por las faltas y pecados.
De algún modo misterioso logra ver la esencia de Dios en lo peor y más depravado; la presencia de Dios en lo bueno y santo.
Parece que este don trae consigo una cierta cantidad de honestidad.
No cubre los defectos, peculiaridades o pecados de mi prójimo; los ve claramente.
Pero esas mismas debilidades engendran mayor amor y compasión,
porque en esa miseria la piedad ve la oportunidad de imitar al Padre y a Jesús, cuyo amor se da a todos.
La piedad me ayudará a pensar más en el bien de mi prójimo que en el mío propio,
y me dará la fortaleza para continuar buscando Su bien aún frente a los insultos y la ingratitud.
Yo amaré no porque espere ser amada, sino porque, como Jesús, estaré llena de amor y el amor sale de sí mismo para dar.
Creceré en el don de piedad recordando, cuando me encuentre en situaciones difíciles,
que Dios está en mi prójimo y que como tal debo tratarlo, no según sus méritos.
Necesito una dosis generosa de paciencia para aceptar las imperfecciones de mi prójimo sin que disminuya mi amor por él.
Mi incapacidad para amar al prójimo proviene a veces de mi falta de paciencia.
Pienso que él debe crecer de inmediato, cuando a mí misma me doy todo el
tiempo del mundo y no me faltan excusas para caer y levantarme en mi camino a la santidad.
Utilizaré la herramienta de la piedad para ver más allá de las imperfecciones de mi prójimo,
no porque sea fácil, sino porque el Espíritu Santo habita en mí y su poder puede hacer cualquier cosa en mí.
Cada don parece contener y apoyar a los otros dones. Y lo mismo pasa con el don de fortaleza.
Yo tiendo a desanimarme cuando, habiendo hecho tanto esfuerzo
para amar a mi prójimo y mantenerme lejos del pecado, vuelvo a caer.
Pero en ocasiones el problema no radica tanto en que yo dude del perdón de Dios,
sino en que no sé si tengo la energía necesaria para continuar luchando una batalla que parece perdida.
Cuando todos a mi alrededor me dicen que me una al montón, requiero el poder de Dios,
y ese poder es la fortaleza para poder seguir luchando por los principios cristianos.
Una cosa es aceptar la cruz, pero cuando no se vislumbra el fin, y la cruz cada vez pesa más,
el espíritu de fortaleza me da el poder para soportar las cosas que no puedo cambiar ni eliminar.
Si se trata de un dolor de cabeza, puedo soportarlo con facilidad, porque sé que estaré mejor mañana,
pero si se trata de un cáncer doloroso, tendré que pedir el espíritu de fortaleza.
Si se trata de una persona de carácter difícil, la puedo aguantar durante una hora más o menos,
pero si se trata de aguantarla toda la vida, necesito el don de fortaleza.
Puedo aceptar las privaciones durante cosa de un mes, pero si se han de prolongar por años necesito el don de fortaleza.
Si se trata de malentendidos, puedo aceptarlos por un rato, pero cuando se convierten en
odio y no puedo corregirlo, necesito el don de fortaleza.
Puedo aceptar la injusticia, sabiendo que no todos pensamos de forma idéntica, pero cuando
ella me priva de mi libertad, entonces necesito el don de fortaleza.
A veces puedo aguantar los prejuicios, porque comprendo que algunas personas pueden no entenderme,
pero cuando me arrebatan mi dignidad, entonces necesito el don de fortaleza.
"Mi fuerza se muestra perfecta en la flaqueza"Esa es la fortaleza.
Esto nos lleva a otro aspecto de la fortaleza: la capacidad de esperar.
Esperar y mantener una semblanza de serenidad requieren una fuerza interior.