San Mateo cuenta que, cuando Jesús vino al mundo,
unos Magos del lejano Oriente se enteraron de su nacimiento.
No pertenecían al pueblo judío, ni conocían al
Dios verdadero, ni practicaban la auténtica religión;
sólo observaban los astros y estudiaban ciencias secretas.
Pero mediante la aparición de una estrella Dios les hizo
saber de la llegada del rey de los judíos a la tierra.
También nos dice que los Sumos Sacerdotes y
Escribas judíos pudieron enterarse del nacimiento del Mesías,
pero por otro camino: descifrando las profecías
de las Sagradas Escrituras.
Finalmente, también el rey Herodes se enteró del nacimiento
de Jesús, por sus asesores políticos.
El evangelista enseña, así, que Dios quiere hablar con todos
los hombres, y que para ello emplea el lenguaje que cada uno
puede entender. A Herodes le habló a través de
sus asesores.
A los Maestros de la Ley, a través de la Biblia.
Y a los Magos, a través de sus estudios astronómicos.
Dios no rechaza a nadie.
No excluye a nadie de la salvación.
Ni siquiera a los Magos, que para la mentalidad judía
de entonces eran extranjeros despreciados y que vivían
en medio de su ignorancia y sus creencias supersticiosas.
También a ellos les dirigió su Palabra, y
de una manera en que pudieran entender.
Hoy en día, en que algunas categorías de personas
(divorciados, matrimonios irregulares, alcohólicos,
drogadictos, enfermos de sida, madres solteras, desvalidos),
por uno u otro motivo no encuentran lugar en la Iglesia,
y hasta son excluidas en nombre del mismo Dios,
los Reyes Magos lejos de constituir una historia feliz y
romántica para contar a los niños, representan
la advertencia divina de que el sol sale para todos;
y que nadie debe quedar afuera de la salvación de Dios.
Neskatilla