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Me ha llegado esta tarde la invitación y me he quedado de piedra, alelada
igual que un arbolillo en estas frías mañanas del invierno.
Que si quiero hablar con los Reyes Magos???
De tener algo que decirles, que aprovecho la oportunidad y me vaya a la hora y sitio
en que se me convocan. Me dicen en la nota postal que ellos van a estar allí.
Y que vienen con ganas de cháchara. Que, antes de salir a la calle y
montar la intemerata en las cabalgatas que les organizan en todas
las ciudades importantes de España –y aun en los pueblitos enanos, qué
caramba, que todos tienen derechos establecidos- lo que quieren estos santos monarcas
es un poco de intimidad para enterarse de qué cosas han cambiado en el año exacto
que ha transcurrido desde que estuvieron la última vez por nuestras calles.
Tampoco entonces se enteraron mucho de cómo andaba el tomate nacional,
pero sí se dieron cuenta de que seguía habiendo problemas muy veteranos
y de difícil escarbeo.
¿Voy a ir a hablar con los Reyes? ¿Me lo pienso y digo que sí
o no me lo pienso y sencillamente voy?
El caso es que, vaya o no vaya a hablar con los Reyes, lo que sucede
es que tampoco se me ocurren cosas nuevas que llevar a la tertulia real.
Los Reyes son magos, que no se nos olvide, y los magos se saben
de memoria el pasado y el más inmediato futuro.
Por otro lado, yo no les voy a pedir nada.
Torearlos con preguntas mamporreras –al estilo de los malos
reporteros de Telecinco- tampoco es cosa que me seduzca.
Ellos no son tontos y se van a dar cuenta enseguida de que
con esas preguntas apenas si persigo otra cosa que desconfiar de
sus intenciones en la visita al Belén.
Ellos vienen como siempre a lo mismo de siempre:
a tropezar con la verdad que van buscando por las estrellas y a adorarla
reverentemente y con elegante generosidad.
Esto es, de ir, lo único que voy a decirle: que me lleven con ellos.
Que me enseñen la ruta de los astros.
Que me acerquen un poco más a la verdad temblorosa de la cuna.
Porque pasa una cosa: o los Reyes me sirven cada año para seguir
esperando este gozo del alma o la verdad es que tampoco pasaría nada
si no vinieran y se nos quedaran en el hermoso silencio del recuerdo.
Hay muchos sitios cristianos a los que tampoco llegan los Reyes
con el ruido y protocolo con que aquí los recibimos por tradición y
por ganas, pero también a esos sitios llevan la verdad misteriosa
de su acercamiento a la cueva de Belén.
Melchor-Gaspar-Baltasar son un símbolo de mucho amor y de mucha fe.
Y todo lo demás es juego. Muy lírico, muy bello, pero juego con el que
no conviene que abusemos de su inocencia.
Los Reyes son sencillos. Vienen a lo que vienen y no se meten
en políticas perdularias. De hecho no se metieron para nada en el
análisis de los follones que Herodes tenía montados para osear
a los moscones que pululaban -¡supuestamente!- por las cercanías del trono.
Allá Herodes con su trono de mentira. La verdad se salvaba
por primera vez en el desierto.
Neskatilla
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