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Llueve con ganas. Se raya el aire. Sábila celestial en infusión con código de barras
mandan los dioses al reumático polvo y a la madre cansada. Cada gota es peculiar. No hay dos almas iguales “como dos gotas de agua”. Con todo las gotas sufren su caída, temen a la fricción sobre el viento y atropellar a otras. Caen suavemente. Otras son distraídas, indecisas, pues, como el ser humano — tan soberbio y ufano— ignoran su destino, tantean su vereda. ¿Han de herir a la piedra? O quizá descalabren al chocar, en su inercia, con la dureza líquida de un espejeante charco. Serán luego maíz, o amele* o cosecha de baños en la playa, lágrima de princesa orquídea, de novio plantado o de viuda alegre. Una derramará el vaso tembloroso cercano del carbón de este árbol que me implora detener su danzar esta noche.
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