¿Por qué te has extraviado, pequeño muchacho, En la ribera del camposanto Tu cabello ondulado en finas rebanadas se oculta, Tus lágrimas oscurecen el azul; ¿Por qué suspiras quedamente, Por qué lloras, si te han dejado solo?
No te han dejado solo, muchacho, Los viajeros se detienen al oír tu historia: ¡Ningún corazón es ajeno a ella! Aunque la mejilla de tu madre sea pálida, Y se marchita bajo la piedra, No te han dejado solo.
Te conozco bien. Cabellos dorados En ondas sedosas a menudo veía: Tu rostro arrugado, tan fresco y plácido, Tu risa pícara, tu aire juguetón, Eran todo para mí, pobre huérfano, Antes de que el Destino te abandone.
Tu abrigo rojizo se ha rasgado, ¡Tu mejilla cultiva pálidos gusanos! Tus ojos se apagan, miran desesperados, El pecho desnudo se encuentra con el viento fuerte; Y a menudo escucho gemir en las profundidades Que te han dejado solo.
Tus pies desnudos están llagados, Aquella cruz que diariamente recorres; Vientos invernales rugen a tu alrededor, El camposanto es tu triste morada; Tu almohada una gélida piedra. Y allí eres libre de sufrir, en soledad.
La lluvia es espesa allí, nocturna; La helada desgarra tu pecho; Más el tejo te resguarda del cielo. Oí el lamento de tus modestos infortunios; Te oí, antes de la estrella de la mañana, Llorar en la oscuridad, y llorabas solo.
A menudo te he visto Sobre la cálida rodilla materna; En vida fuiste su regocijo, Y ahora su deudo. Ella duerme bajo la joven lápida Que proclama: te han dejado solo.
Seca tus lágrimas, sobre la colina Tañen las campanas del pueblo; La caña alegre, deportes recios, Los juegos rústicos te llaman desde lejos. ¿Entonces por qué llora y suspira Un niño solo en la multitud?
No puedo subir la escarpada colina, No puedo cruzar el prado en la meseta; No puedo llegar al valle Ni oír los gritos de alegría: Pues el mundo yace bajo una piedra Dónde mi madre me ha dejado solo.
No puedo juntar flores Para vestir las rosadas tertulias, No puedo pasar las horas de la tarde Entre la muchedumbre ruidosa; Pues todo es oscuridad y soledad. Mi madre duerme bajo la piedra joven.
Observa como las estrellas comienzan a brillar, -El perro pastor ladra- Es tiempo de volver; Zumban las filas de caza bajo el rayo de la luna, Atisbadas desde la silueta vaga del tejo: Blanca cae sobre el mármol, Donde mi querida madre duerme sola.
No me retengas, pues debo partir, El camino de la meseta es lento; Y allí la primavera comienza a vivir, Vistiendo el lecho de mi madre. Solo la cuida durante el día, Un lecho que se desmorona en soledad.
Mi padre fue llevado sobre el mar tempestuoso Hacia extrañas tierras distantes, Mi madre permaneció conmigo, Barrió con llantos las noches y el frío. Nunca dejaré esta piedra helada Donde ella duerme en soledad.
Mi padre ha muerto, incluso allí encontré Una madre cariñosa y amable; Sentí su pecho extasiado Cuando jugaba en su falda, Ella bendijo mi tono infantil, Y poco pensaba yo en lápidas.
Nunca más escucharé su voz, Nunca más veré su sonrisa; No te preguntes porqué desgarro mi corazón, Pues ella habría muerto para seguirme. Ahora duerme bajo el mármol, Y yo estoy vivo, para llorar en soledad.
Ella amó a su niño juguetón, De un alto risco fue vista al caer; Oí de lejos el tañido de las campanas, Parecía en vano ayudarla; Oí el gemido desgarrador, Un lamento por haberlo dejado solo.
Nuestro fiel perro enloqueció y murió, El relámpago golpeó nuestra choza, Sin morada nos quedamos, Y supe adonde debíamos ir: A la pobre casa de un corazón de piedra Que nunca palpitará en los gemidos de la miseria.
Mi madre sobrevivía por mí, Ella me condujo a la alta montaña, Me miró, mientras allá en el árbol Me senté y tejí entre las ramas; Y ella me gritaba: No temas, muchacho, No te he dejado solo.
La ráfaga sopló fuerte, el torrente se elevó Y barrió nuestra humilde choza: Y donde el arroyo claro fluye veloz, Sobre el césped, al amanecer del día, Cuando el brillante astro latía, Yo vagué desvalido, y solo.
Pero no lo estás, muchacho, ya que he visto Tus diminutas huellas en el rocío, Y mientras el cielo de la mañana, sereno, Se esparce sobre la colina, Oí tu gemido triste y lastimero, Junto a la fría piedra sepulcral.
Y cuando las horas del mediodía estival Se extienden por el paisaje, Te he visto, tejiendo flores fragantes Para adornar el lecho silencioso de tu madre. No solo en la piedra simple del cementerio, Donde tu, muchacho, estás solo.
Te seguí a lo largo del valle, Y encima del camino hacia el bosque: Te oí contar tu historia triste Mientras lenta moría la estrella del día: Ni siquiera cuando su luz se desvaneció Tu has vagado totalmente solo.
¡Oh, si! Era yo, y todavía seré Un andariego, un peregrino desesperado; -El mundo está vacío para mi- ¿Dónde está la belleza del rocío? Si ella me ha dejado solo, Durmiendo sueños de oscuridad.
Ningún hermano me llorará, Pues no conocí ningún hermano; Ningún amigo lamentará mi destino, Ya que los amigos son escasos, y pocas sus lágrimas; A nadie veré, salvo esta lápida, Donde me quedaré eternamente solo.
Mi padre nunca volverá, Él descansa bajo las olas verdes, Ningún hombro amigo donde llorar Cuando me oculto allá en la tumba: No un para vestir con flores la piedra Sino para existir en completa soledad.