UNA BALA EN LA RECAMARA
Siempre he creído que en el mundo hay dos tipos de personas,
salvando los miles de subgrupos con más o menos matices que
se derivan de ellos, a saber: los figurantes y los protagonistas de la historia.
Los primeros pertenecen al decorado de la vida, son seres mediocres y
tienen una existencia gris. Toda su vida será mínimamente feliz o triste
dependiendo de la escena que tengan que adornar, no dejarán huella,
ni nadie los recordará más allá de su muerte…
… mientras, los otros, los protagonistas, se convierten en conejillos
de indias desde el día de su nacimiento. Las pruebas a su capacidad de
padecimiento y supervivencia se suceden, sus decisiones afectan
altamente a su entorno y a sí mismos y, poco a poco, fraguan una
compleja historia de sufrimiento y coraje. A modo de protagonistas
de novela, o de muñequitos en el videojuego de un dios adolescente,
son zarandeados y manejados por el destino a lo largo de toda su existencia.
De este grupo, tocado para bien o para mal por la mano de Dios,
saldrán los artistas, los excéntricos, los genios, los locos, los asesinos…
Hubo un tiempo en que tuve miedo de ser mediocre y otro en que lo deseé
fervientemente. Hoy ya no me importa, sé que no soy yo quien lo decide,
ni nada de lo que haga cambiará mi albur.
Como todos en este juego, tengo un papel que hacer, unas balas
en la recámara y algunas cosas que rematar antes del Game Over.
Neskatilla