Felicidad es sentirme primavera cualquier día del año porque hay alguien o algo especial en mi vida. Por ejemplo, yo misma.
Es contemplar un árbol y sentir en mi interior su serenidad, su inmutabilidad, mientras el aire que desmelena sus ramas verdes me envuelve y me hace sentir a mí también árbol.
Es también mirar ese otro del que cuelgan ilusiones, deseos, la esperanza de que algo cambie en nuestras vidas, y advertir que aunque sus ramas ya no están tan frondosas como antes aún conservan hojas verdes. Poquitas, pero las precisas, porque sigo viva, y cada una de mis horas es savia que alimenta esas ramas.
Es estar sentada en el banco de un parque con la persona adecuada. O sola, pero ser consciente de que lo importante es hallarse en ese banco.
Es esa imagen de una foto capaz de llenar la mente y el alma de otras imágenes -a veces en blanco y negro- que adquieren de nuevo vida a cámara lenta, y que me devuelven un trozo de mi existencia que creía pasado.
Es una de esas ocasiones en que el cielo abre compuertas y cae el agua con desespero, como si no hubiese llovido nunca y nunca fuese a dejar de hacerlo. Es respirar el aroma penetrante de la tierra y de la hierba húmeda, cuando la tierra está más viva que nunca, como encinta...
Es sentir que el sol que luce hoy y me camina la piel cosquilleando y hormigueándola ha salido también para mí.
Es ese día en que me siento en la cima del mundo, ama absoluta de tormentas y tempestades.
Es poder afrontar la noche sabiendo que no es perpetua, que detrás viene el día.
Es la esperanza de que lo no vivido se hará realidad en algún momento. Y la seguridad de que si eso no llega nunca, me quedará lo vivido.
Neskatilla