A ti que aprendí a amarte... desde el mundo sublime de tu vientre.
A ti... que me hablabas desde entonces... con tus palabras dulces... con caricias perennes...
A ti... que me diste sustento... de tu propia fuente... y que reías feliz, al sentirme moverme.
A ti... madre adorada que me enseñaste... lo malo y bueno de la vida... para que pudiese tomar... las riendas de la mía...
A ti... que cada consejo, regaño o elogio... lo sellabas con un beso... y el refugio cálido de tu pecho...
A ti... madre, que estés donde estés... no dejas de bendecirme...
A ti... te digo, madre mía... que no hay dolor que no soporte... si tú estás conmigo... y a Dios le rezo y doy mil gracias... por permitirme estar este día contigo... entregándote mi amor, mi vida entera... con estas rosas y estos versos...