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ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
Estoy delante de Ti, Virgen pura y sacrosanta, y al considerarme aquí, no sé lo que pasa en mí ni acierto a mover la planta. Yo no sé quién me ha traído a este lugar solitario; sólo sé que, conmovida, hoy tus huellas he seguido hasta el monte del Calvario. Pero tan turbada estoy al vernos aquí las dos, que, enojos, pienso, te doy, siendo yo, Virgen, quien soy, y Tú, la Madre de Dios. Y mi corazón en llanto se mire al punto deshecho viendo tan duro quebranto. ¡Oh, Madre! ¡Bajo tu manto hallará alivio mi pecho! Tú también lloras, María; y este llanto que derramas diciendo está al alma mía que eres Tú la que me llamas a llorar en tu agonía. ¡Sí! Que cuando en orfandad tu pecho angustiado llora, fuera impía crueldad, en tu amarga soledad, abandonarte, Señora. Por esto, aunque con temor, vengo a pedir tu licencia, ¡oh, Madre del Redentor!, para llorar mi dolor, Virgen pura, en tu presencia. Yo bien sé que indigna soy de venir a hablar contigo; mas, de tus pies no me voy, si cuenta fiel no te doy del hondo pesar que abrigo. Aquí tienes a la autora de tus dolores, María: ¡la que, ingrata pecadora, te robó tu dulce amor, tu contento y alegría! Yo soy aquella que, inhumana, sacrílega y homicida, clavó en madero villano al Redentor soberano que es el autor de la vida. Mis pecados son, Señora, los que alzaron esta Cruz que sangre de un Dios colora, y dieron muerte traidora al inocente Jesús. Si pues la ofendida eres, y yo la rea criminal, haz, Virgen, lo que quisieres con el más vil de los seres que es la causa de tu mal. Mas, tu llanto de agonía me está diciendo en tu faz, que aunque mi culpa es impía, no eres Tú mi juez, María, sino ángel de amor y paz. Hoy a tu Bien has perdido, y no puedes olvidar, pues, el amor al hombre ha sido, el que en sangre ha convertido de la Virgen, el altar. Aunque mis pecados son la causa de tus dolores, Tú me darás tu perdón, cual lo dio en la Redención, Jesús a los pecadores. Tú le oíste, al morir, para sus verdugos mismos perdón al Cielo pedir, cuando pudo confundir su maldad en los abismos. Y en Ti, con ansioso afán, sus amantes ojos fijos, Madre haciéndote de Juan, te dio en adopción, por hijos, los pobres hijos de Adán. Yo bien quisiera poder aliviar tu corazón de tan duro padecer; pero es muy pobre mi ser, y muy grande tu aflicción. Sé que no puedo aliviar, Madre, tus fieros dolores; mas, quiero a tus pies estar para contigo llorar al Hijo de tus amores. Yo, llorando arrepentida las culpas que cometí, lograré el perdón que pido, por la sangre que ha vertido un Dios que ha muerto por mí. Y Tú, llorando afligida a tu dulcísimo Bien que murió por darnos vida, dulcificará tu herida vernos gozar de aquel bien. Pide al Cielo, Madre mía, tenga nuestro corazón horror a la culpa impía, y la sangre de este día nos sirva de salvación. Pídele, Madre y Señora del pecador, esperanza; pues, una Madre que llora por el Hijo a Quién implora, los imposibles alcanza. Y hoy, que a la triste y desgraciada que llora aquí, Madre mía, perdone Dios sus pecados, por haber acompañado la Soledad de María. AMEN.
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ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
Estoy delante de Ti, Virgen pura y sacrosanta, y al considerarme aquí, no sé lo que pasa en mí ni acierto a mover la planta. Yo no sé quién me ha traído a este lugar solitario; sólo sé que, conmovida, hoy tus huellas he seguido hasta el monte del Calvario. Pero tan turbada estoy al vernos aquí las dos, que, enojos, pienso, te doy, siendo yo, Virgen, quien soy, y Tú, la Madre de Dios. Y mi corazón en llanto se mire al punto deshecho viendo tan duro quebranto. ¡Oh, Madre! ¡Bajo tu manto hallará alivio mi pecho! Tú también lloras, María; y este llanto que derramas diciendo está al alma mía que eres Tú la que me llamas a llorar en tu agonía. ¡Sí! Que cuando en orfandad tu pecho angustiado llora, fuera impía crueldad, en tu amarga soledad, abandonarte, Señora. Por esto, aunque con temor, vengo a pedir tu licencia, ¡oh, Madre del Redentor!, para llorar mi dolor, Virgen pura, en tu presencia. Yo bien sé que indigna soy de venir a hablar contigo; mas, de tus pies no me voy, si cuenta fiel no te doy del hondo pesar que abrigo. Aquí tienes a la autora de tus dolores, María: ¡la que, ingrata pecadora, te robó tu dulce amor, tu contento y alegría! Yo soy aquella que, inhumana, sacrílega y homicida, clavó en madero villano al Redentor soberano que es el autor de la vida. Mis pecados son, Señora, los que alzaron esta Cruz que sangre de un Dios colora, y dieron muerte traidora al inocente Jesús. Si pues la ofendida eres, y yo la rea criminal, haz, Virgen, lo que quisieres con el más vil de los seres que es la causa de tu mal. Mas, tu llanto de agonía me está diciendo en tu faz, que aunque mi culpa es impía, no eres Tú mi juez, María, sino ángel de amor y paz. Hoy a tu Bien has perdido, y no puedes olvidar, pues, el amor al hombre ha sido, el que en sangre ha convertido de la Virgen, el altar. Aunque mis pecados son la causa de tus dolores, Tú me darás tu perdón, cual lo dio en la Redención, Jesús a los pecadores. Tú le oíste, al morir, para sus verdugos mismos perdón al Cielo pedir, cuando pudo confundir su maldad en los abismos. Y en Ti, con ansioso afán, sus amantes ojos fijos, Madre haciéndote de Juan, te dio en adopción, por hijos, los pobres hijos de Adán. Yo bien quisiera poder aliviar tu corazón de tan duro padecer; pero es muy pobre mi ser, y muy grande tu aflicción. Sé que no puedo aliviar, Madre, tus fieros dolores; mas, quiero a tus pies estar para contigo llorar al Hijo de tus amores. Yo, llorando arrepentida las culpas que cometí, lograré el perdón que pido, por la sangre que ha vertido un Dios que ha muerto por mí. Y Tú, llorando afligida a tu dulcísimo Bien que murió por darnos vida, dulcificará tu herida vernos gozar de aquel bien. Pide al Cielo, Madre mía, tenga nuestro corazón horror a la culpa impía, y la sangre de este día nos sirva de salvación. Pídele, Madre y Señora del pecador, esperanza; pues, una Madre que llora por el Hijo a Quién implora, los imposibles alcanza. Y hoy, que a la triste y desgraciada que llora aquí, Madre mía, perdone Dios sus pecados, por haber acompañado la Soledad de María. AMEN.
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ORACIÓN A LA VIRGEN DE LA SOLEDAD
Estoy delante de Ti, Virgen pura y sacrosanta, y al considerarme aquí, no sé lo que pasa en mí ni acierto a mover la planta. Yo no sé quién me ha traído a este lugar solitario; sólo sé que, conmovida, hoy tus huellas he seguido hasta el monte del Calvario. Pero tan turbada estoy al vernos aquí las dos, que, enojos, pienso, te doy, siendo yo, Virgen, quien soy, y Tú, la Madre de Dios. Y mi corazón en llanto se mire al punto deshecho viendo tan duro quebranto. ¡Oh, Madre! ¡Bajo tu manto hallará alivio mi pecho! Tú también lloras, María; y este llanto que derramas diciendo está al alma mía que eres Tú la que me llamas a llorar en tu agonía. ¡Sí! Que cuando en orfandad tu pecho angustiado llora, fuera impía crueldad, en tu amarga soledad, abandonarte, Señora. Por esto, aunque con temor, vengo a pedir tu licencia, ¡oh, Madre del Redentor!, para llorar mi dolor, Virgen pura, en tu presencia. Yo bien sé que indigna soy de venir a hablar contigo; mas, de tus pies no me voy, si cuenta fiel no te doy del hondo pesar que abrigo. Aquí tienes a la autora de tus dolores, María: ¡la que, ingrata pecadora, te robó tu dulce amor, tu contento y alegría! Yo soy aquella que, inhumana, sacrílega y homicida, clavó en madero villano al Redentor soberano que es el autor de la vida. Mis pecados son, Señora, los que alzaron esta Cruz que sangre de un Dios colora, y dieron muerte traidora al inocente Jesús. Si pues la ofendida eres, y yo la rea criminal, haz, Virgen, lo que quisieres con el más vil de los seres que es la causa de tu mal. Mas, tu llanto de agonía me está diciendo en tu faz, que aunque mi culpa es impía, no eres Tú mi juez, María, sino ángel de amor y paz. Hoy a tu Bien has perdido, y no puedes olvidar, pues, el amor al hombre ha sido, el que en sangre ha convertido de la Virgen, el altar. Aunque mis pecados son la causa de tus dolores, Tú me darás tu perdón, cual lo dio en la Redención, Jesús a los pecadores. Tú le oíste, al morir, para sus verdugos mismos perdón al Cielo pedir, cuando pudo confundir su maldad en los abismos. Y en Ti, con ansioso afán, sus amantes ojos fijos, Madre haciéndote de Juan, te dio en adopción, por hijos, los pobres hijos de Adán. Yo bien quisiera poder aliviar tu corazón de tan duro padecer; pero es muy pobre mi ser, y muy grande tu aflicción. Sé que no puedo aliviar, Madre, tus fieros dolores; mas, quiero a tus pies estar para contigo llorar al Hijo de tus amores. Yo, llorando arrepentida las culpas que cometí, lograré el perdón que pido, por la sangre que ha vertido un Dios que ha muerto por mí. Y Tú, llorando afligida a tu dulcísimo Bien que murió por darnos vida, dulcificará tu herida vernos gozar de aquel bien. Pide al Cielo, Madre mía, tenga nuestro corazón horror a la culpa impía, y la sangre de este día nos sirva de salvación. Pídele, Madre y Señora del pecador, esperanza; pues, una Madre que llora por el Hijo a Quién implora, los imposibles alcanza. Y hoy, que a la triste y desgraciada que llora aquí, Madre mía, perdone Dios sus pecados, por haber acompañado la Soledad de María. AMEN.
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