CONFIARSE A LA FICCIÓN DE UN PERFECCIONISMO EXTERIOR
Los diez mandamientos, las leyes y las prescripciones -incluidas las de la Iglesia- tienen sentido y valor en la medida en que nos ponen en guardia contra las malas inclinaciones, contra los instintos frecuentemente perversos que se ocultan en nosotros. Sin embargo, no tienen que ser ellos los que determinen en cada uno de nosotros el grado de realización del ideal de pureza al que nos invita y desea para nosotros la santidad de Dios. La raíz originaria del pecado se desarrolla en lo íntimo de nuestro espíritu, en nuestro corazón, aunque Dios nos ha hecho bellos por dentro y por fuera, y así es como nos quiere.
No sirve, por tanto, de nada, e incluso es peligroso, confiarse a la ficción de un perfeccionismo exterior. Si ponemos en movimiento “la fe que obra por medio de la caridad”, si damos limosna desde nuestro interior, quemando en la caridad todo lo que acabaría por pudrirse si lo dejamos fermentar en el egoísmo del corazón, entonces “todo estará limpio”, entonces podremos esperar “de la fe la justificación que esperamos”.