QUE NOS JUZGARÁ SERÁ AQUEL QUE MURIÓ POR AMOR A NUESTRO AMOR
Atosigados como estamos por tantos problemas, por las mil urgencias que nos acosan en nuestra vida diaria la Palabra de Dios nos llama a lo esencial, a fijar sobre nosotros mismos una mirada serenamente consciente de lo que Dios ha hecho por nosotros y de nosotros. San Pablo nos recuerda que somos “muertos que habéis vuelto a la vida”, habitados por la fuerza y por el poder de Cristo resucitado, llamados a ofrecernos a nosotros mismos a Dios con alegría y gratitud en todo lo que llevemos a cabo, para que verdaderamente, tanto si comemos como si dormimos, seamos del Señor y nada sea extraño a este horizonte de pertenencia que enriquece y embellece nuestra existencia. Cuanto más hayamos experimentado en nosotros mismos y en los otros —tal vez en personas que nos son particularmente queridas o familiares— qué verdad es que el pecado somete y esclaviza al hombre hasta matarlo, tanto más se dilatará nuestro corazón en el servicio a Dios con alegría. Ay de nosotros si, como el siervo de la parábola, pensamos que el amo “tarda en venir”. Nuestro amado Señor y Maestro está con nosotros para que vivamos con su gracia, de manera conforme a la vida nueva que él nos ha dado, y lleguemos a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. El camino —es siempre san Pablo el que nos lo indica— es la obediencia de corazón a la enseñanza de Jesús. Es un camino que va desde la escucha de la Palabra a la fracción del pan de la caridad juntos, desde el reconocimiento de Cristo presente en los pequeños y en los pobres al servicio generoso a los hermanos del que todos somos personalmente responsables. Es seguro que se nos pedirá cuentas de lo mucho que hemos recibido, pero sabemos también que el que nos juzgará será aquel que murió por amor a nuestro amor