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El
Idioma de Dios
¿Te has dado cuenta?
Desde que
nace, un niño aprende el idioma de sus padres, incluso descubre los
acentos propios de la región y el país donde vive. Es muy fácil
reconocer a un argentino, a un español o a un
colombiano cuando habla, por su acento
especial.
Al crecer aprendemos nuevos idiomas: El
idioma de los jóvenes, el idioma de los estudiantes y luego el idioma de nuestro oficio: el idioma de los
médicos, el idioma de los abogados, el idioma de los
banqueros, el idioma de los obreros, el idioma de los
comerciantes...
En el camino dejamos olvidado el más
importante de los idiomas. Aquél que nos
transmitieron nuestros padres con sus abrazos y sus consejos. El que aprendimos en
Misa, en las clases de catecismo. El Idioma de Dios.
Solía pensar que el idioma de Dios era la oración. Pero estaba
equivocado. Me
convencí que la oración es, como decía el Padre
Pío, “la llave que abre el Corazón de Dios”.
Con los años me
di cuenta de que el idioma de Dios yace olvidado en
nosotros, adormecido. Y Dios anhela escucharnos en su propio idioma. Dios es nuestro
Padre y nosotros sus hijos, por lo tanto debemos
hablar en su idioma.
El idioma de Dios es el amor,
porque Dios es Amor.
Si habláramos el Amor, todo
sería diferente. No habría discusiones innecesarias, ni pleitos, ni
odios, ni personas maltratadas. Todos nos
comportaríamos como hermanos, sin necesidad que
alguien traduzca lo que decimos o que tengamos que
pagar cuantiosas sumas por aprender otras lenguas. “¡Mirad cómo se aman!”, decían de los primeros cristianos porque todos al unísono hablaban el mismo idioma y en ocasiones hasta
sin hablar se entendían (Jn 13, 34)
El idioma de Dios
es tan sencillo que todos lo podemos hablar y reconocernos y
comprendernos como en los inicios de nuestra fe.
Es
un idioma que a veces cuesta, pero no es imposible. Basta creer,
confiar, poner de nuestra parte, perdonar, amar, abandonarnos en sus
brazos y recordar que Dios es nuestro Padre, por lo tanto
nosotros, todos, somos sus hijos.
Claudio de
Castro
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