Se acaba agosto. Por la tarde, en la playa, buscamos una calita apartada entre dos rocas. Mi mujer y mi hijo se van casi hasta el horizonte nadando y me quedo sentado en una pequeña roca oyendo el sonido del mar contra la arena que nunca es igual. Aparece de pronto, sigilosa, una mujer oriental, joven; buscando un poco de soledad, pienso. Me mira de reojo, la miro de reojo. Ella entra en el agua y a unos diez metros frente a mí se pone boca arriba, los brazos estirados por encima de la cabeza, las piernas estiradas y un poco abiertas. Poco a poco empieza un movimiento de caderas arriba y abajo que va aumentando en intensidad. Al poco rato, cuando el ritmo es muy vivo, abrazada por el mar y penetrada por el sol, llega una gran convulsión, un latigazo eléctrico, el éxtasis. Después de unos instantes de calma, empieza a nadar de espaldas, muy despacio y se aleja hacia la parte poblada de la playa. La sigo con la mirada hasta que desaparece. El sonido del mar en la orilla me envuelve completamente.
Autor desconocido
Neskatilla
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