Callaba,
y sus gritos de auxilio
eran el veneno que alimentaba día a día la muerte.
Su sangre hervía de silencios.
Sus ojos cansados dejaron de ver las sonrisas.
Otras vez se sumergió en el amargo dolor de los recuerdos.
El cansancio consumió su alma,
el vació desmoronó su días y arrastró hasta fin sus silencios.
Escribió su grito con sangre,
se grabaron en su brazos sus anhelos rotos.
Los demonios saborearon su alma
y ella desprendida de toda conciencia
se entregó al festín de la muerte.
Mientras a su alrededor caían murallas,
a su lado se depedasarón carceles,
junto a ella se desbarataban cerrojos, y se deshacían cadenas,
Los ciegos vierón,
y el amor que estaba preso fue libre, porque sin saberlo...
ella dijo basta.