Era apenas un aparato, o eso creía. Lo creyó hasta que un día,
con su voz metálica, le dijo “te amo”.
A partir de entonces le dedica más tiempo que antes, lo atiende,
lo mima. Cada tanto se olvida de que el material reluciente
con que está confeccionado no tiene tacto ni piel, que no siente
las caricias que sin darse cuenta le prodiga. Y sin embargo, ese artilugio es el único que puede decirle “te amo”
al hombre nuevo, al primero, después de aquel último día.
Neskatilla
|