Las cuerdas de mi métrica se aflojan por el peso que lleva tu belleza; es tanto que mi pluma se tropieza y los vanos intentos me acongojan.
Las ramas de mis versos se deshojan y al aire van tu angustia y tu tristeza. En ti quedan tu gracia, tu agudeza, y las locuras que a ratos se te antojan.
Cuando tú abres los ojos ¡quién creyera!, huye la noche y amanece el día y el invierno se torna primavera.
¡Ah!, tantas cosas te diría, para expresarte lo que yo quisiera en versos que no escribo todavía.