Aquella mujer cogió su tristeza, la dobló cuidadosamente,
la metió en la bolsa de la basura, cerró la bolsa -
no sin alguna dificultad, puesto que no todas las tristezas
caben en una bolsa de basura de tamaño normal-,
salió a la calle y tiró la bolsa en el contenedor.
Brillaba el sol y su vestido parecía nuevo.
Curiosamente, el mundo también le parecía nuevo a ella.
La calle relucía con un esplendor de cuadro recién pintado,
los perros de la calle orinaban chorrillos de luz en las farolas
y las viejecitas de la calle se encorvaban
como un signo de interrogación trazado
temblorosamente por un niño que estuviera aprendiendo a escribir.
Y ella misma se sentía resplandecer.
¿Qué te has hecho?, le preguntaban sus amistades. Pareces otra.
Nadie formulaba la pregunta correcta:
¿de qué te has deshecho?
Pero si la respuesta es buena, la pregunta es lo que menos importa.