Amado Padre… disuelve el muro
que está asfixiando mi corazón…,
es como un cerco frío y oscuro
que hace las veces de una prisión.
Seguramente lo he construido
allá en mi infancia o adolescencia,
para sentirme más protegido
de los pesares de la existencia.
Y es muy probable que haya logrado
en cierta forma tal objetivo…,
¡pero qué caro que me ha costado:
casi me olvido de que estoy vivo!
Lo sé y lo admito: ¡fue necesario!...
(¡qué frágil somos de pequeñitos…!),
pero han cambiado los escenarios,
y hoy ni lo quiero… ni necesito.
(¿De qué me sirve vivir aislado,
sin alegría en el corazón…,
tan solitario, tan resguardado
tras esa gruesa caparazón…?).
¡Ah…, me imagino vivir sin muro!:
cuánta dulzura para entregar…,
y el ida y vuelta del amor puro…
y el regocijo de dar por dar…
Y ese brindarse sin ataduras
cuando en el alma no hay más pared,
¡porque del agua de la ternura
todos tenemos la misma sed!
¡Por eso, Padre… te lo suplico:
disuelve el muro de mi interior!,
-o por lo menos préstame un pico-…,
¡quiero de nuevo sentir amor!.
JORGE OYHANARTE