Isla en la luz
Se abrasó la paloma en su blancura. Murió la corza entre la hierba fría. Murió la flor sin nombre todavía y el fino lobo de inocencia oscura.
Murió el ojo del pez en la onda dura. Murió el agua acosada por el día. Murió la perla en su lujosa umbría. Cayó el olivo y la manzana pura.
De azúcares de ala y blancas piedras suben los arrecifes cegadores en invasión de lujuriosas hiedras.
Cementerio de angélicos desiertos: guarda entre tus dormidos pobladores sitio también para mis ojos muertos.
Sara de Ibañez
Novato
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