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El otoño dorado de mi vida
Mi pelo me delata; mis canas tienen una fuerza desmesurada que, sin remedio,
certifican que ha pasado el tiempo; pero eso es una cuestión baladí que padece
el cuerpo puesto que, lo que queda intacto en el individuo es su propia alma,
sus deseos por vivir, por amar, por sentir y por gozar el paso del tiempo con la ilusión
de haberlo vivido y, a ser posible, haber tomado las lecciones adecuadas
en el devenir del tiempo. No es malo vivir en el otoño dorado de tu vida si,
previamente, pasaste por la primavera y el verano de tu existencia.
De nada serviría volver hacia atrás; de hacerlo, nada sería igual; los tiempos
son distintos y, lo vivido antaño, de volverlo a repetir, sin duda alguna, sería una maldición;
así, para bien y para mal, todos hemos cincelado nuestra historia de la cual,
estamos obligados a tomar lección.
Es aberrante cuando compruebas que, el individuo, hombre o mujer, pretende
frenar el paso de los años en su cuerpo. Anhelan ser jóvenes por fuera mientras que,
por dentro, con sus acciones, son los más viejos del mundo. Aceptarnos como tales
en la época que nos toque vivir, sin duda alguna, será sinónimo de éxito.
Los años te quitan fuerzas, pero te aportan experiencia; te quitan vigor, pero
te entregan sabiduría; te alejan de las prisas para entregarte la paz más absoluta
con la finalidad de que puedas saborear el otoño dorado de tu existencia.
Como explico, es dantesco que la gente quiera maquillar su propia existencia negándole
a su sagrado cuerpo el derecho por aquello de haber soportado el paso del tiempo;
al correr los años, nuestra figura no es la de antaño pero, lo que perdemos en belleza,
lo ganamos en sabiduría y, en definitiva, si analizamos, todo es ganancia.
Cada ser humano, al cumplir años, inevitablemente, está enriqueciendo su propia historia,
la que siempre debe de recordar para no volver a repetirla.
Ya sabemos que, si nos olvidamos de nuestro pasado, irremediablemente, estamos
condenados a repetirlo y, la tarea puede ser mortífera. Vivamos el presente que,
en definitiva, es la única estación en la que pasaremos el resto de nuestra vida.
El pasado es pura historia, añoranza pasada y, el futuro está por llegar y,
bien sabe Dios que nos deparará. Por tanto, todo es presente y si no lo sabemos
digerir en el momento en que lo vivimos, estamos cometiendo el peor de los pecados.
Recordemos que, si pasados los años tenemos la convicción de no haber logrado
la felicidad, es entonces cuando viviremos llenos de desdicha y, confesarlo,
como diría Borges, sería nuestro peor dislate. A propósito: ¿Qué es la felicidad?
Se trata de una “señora” que pasa por nuestro lado miles de veces cada día
y la tenemos que encontrar; a veces pasa de forma fugaz, pero debemos
de aferrarnos a ella. Todos tenemos un motivo para ser felices; la vida
es así de generosa con todos nosotros, sin embargo conozco ciegos llenos
de visión que son incapaces de comprender este bello milagro.
Sospecho que, en la vida, es todo cuestión de actitud y, mucho más, cuando paseas
por ese otoño dorado en que, la luz, inevitablemente, tiene que iluminar tu vida, tu camino
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