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Recuerdo de mis días de adolescente, que a mi mamá le gustaba hacer
el desayuno y la cena… (A veces el almuerzo también).
Una noche, hace ya más de 40 años, ella había hecho la cena, después
de un largo y duro día en casa. Mi madre puso un plato de huevos, salchichas
y pan quemado frente a mi padre. ¡Recuerdo estar esperando para ver si alguien lo notaba!
Sin embargo, aunque mi querido padre lo vio, alcanzó un pan, sonrió a mi madre
y me preguntó cómo me había ido en la escuela…
No recuerdo lo que le contesté, pero sí recuerdo verlo untándole mantequilla y comérselo todo.
Cuando me levanté de la mesa esa noche, escuché a mi madre darle
las disculpas a mi padre por los panes quemados.
Nunca voy a olvidar lo que él dijo:
“Tranquila gordita, me encanta el pan quemado.”
Más tarde, esa misma noche, fui a despedirme de mi padre y le pregunté si a él,
en realidad, le gustaba el pan quemado… Me abrazó y dijo:
“Tu mamá tuvo un día muy duro, está muy cansada y además,
un pan un poco quemado no le hace daño a nadie”…
La vida está llena de cosas imperfectas y gente imperfecta.
Yo no soy el mejor en casi nada, me olvido de los cumpleaños, de los buenos modales
y aniversarios como mucha gente. Pero lo que he aprendido con los años,
es a aceptar los defectos de cada uno y he decidido olvidar cada una
de las diferencias con los demás. Esto una de las cosas más importantes para crear
una relación sana y duradera… donde un “pancito quemado” no va a romper un corazón.
Podríamos extender esto a cualquier tipo de relación.
¡De hecho, la comprensión es la base de cualquier relación; ya sea esposo-esposa
o padre-hijo o maestro-estudiante… o cualquier tipo de amistad!
Así que, ‘Por favor: ¿me pasas un pan?’ y ‘Sí… no te preocupes,
el quemado está bien’…
Sé más amable de lo necesario porque toda la gente que conocemos,
en este mismo momento, está librando algún tipo de batalla.