Vivir, efectivamente, es apostar y mantener la apuesta. No apostar
y dejar la apuesta en la primera esquina es, simplemente, morir antes de tiempo.
San Agustín, para ofrecer a los humanos el mejor de los piropos, decía que el hombre es
“capax dei”, “capaz de Dios”. Y efectivamente lo que define el tamaño del alma es
el ser “capaz de…” capaz nada menos que de Dios, pero también capaz de un vacío que,
precisamente por esa grandeza, sería casi infinito. ¿Hay en el universo tragedia mayor que
un alma que se muere sin llegar a existir? ¿Qué aullidos no dará la naturaleza cada vez que se la obliga
a prostituirse de necedad y vacío? ¡Es tanto lo que podemos ganar! ¡Tanto lo que podemos perder!
Me asusta ser hombre. Me entusiasma y me asusta. A lo que no estoy dispuesto es a engañarme,
a pensar que esto es un jueguecito sin importancia, que los años son unas fichas de cartón que
nos dieron para ir entreteniéndonos mientras cae la tarde.
Neskatilla