No conozco Madrid, no, no sé nada de ella, ni de su gente.
No he olido, por ejemplo, el aire caliente que sube de las plazas
después de las tormentas en verano. Ni he paseado jamás del brazo de nadie
por el Retiro. No he tenido nunca la sensación de huir,
de dejarme llevar una y otra vez por las calles más antiguas de la ciudad.
Nunca he sentido que Madrid me mirara y no me viera,
nunca he sentido que le fuera indiferente, que me dejara ser libre. Nunca. Y jamás he conversado con ella, ni he visto el Manzanares,
ni el Lago de la Casa de Campo. Jamás he sentido su abandono
al llegar agosto, nunca he visto amanecer en un tren regional,
nunca he visto al sol asomarse curioso entre los edificios de
la Gran Vía, preguntarme qué tal la noche, si Madrid me complace,
si he encontrado lo que buscaba, si Madrid me sirve,
si quiero tomar algo más, si de día también hay vida. Madrid no pregunta, no interroga, a Madrid no le interesas,
para ella todos somos hijos y extranjeros, nuevos y viejos,
de siempre y recién conocidos. Ella no es mi mejor amiga,
no la conozco, ni me muero por volver cuando no estoy, ni creo que
la eche de menos. ¿Quién podría hacerlo? Si Madrid jamás te va a querer,
te lo ofrece todo y no te da nada, Madrid es fría, elegante y altiva,
orgullosa y chula. Pero yo no lo sé, no lo he sabido nunca. Nunca me he encontrado gente en el metro que estaba sacada
de cómics, o de películas, de sueños de Dalí o de historias de mi abuela,
por que Madrid sigue siendo antigua y moderna, sigue oliendo a cenizas
en noviembre y a purpurina en Julio. No he paseado por la Castellana
en diciembre, esperando a las carrozas, calentándome las manos
con castañas asadas. No, nunca he vivido Madrid. Ni conozco ninguna
pradera donde se le dé la bienvenida al verano.
Por que en Madrid, eso creo, el verano empieza antes y termina después,
como el invierno, como todo. Y es que en Madrid lo exagerado se hace más grande, que si hay
uno allí hay diez, que a nadie le importan los sucesos, que todos somos
vecinos, que nadie es de aquí, pero que todos se quedan. Nadie.
Nunca he sabido nada, ni yo, ni nadie. Pero lo más importante de todo
lo que más ignoro, lo que más me asusta, es que nunca he sabido
muy bien donde termina la ciudad y donde empiezo yo.
Marcos Ortega
Neskatilla
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