Presidente Duque, haciendo propio el deseo de miles de colombianos pacíficos, le pido encarecidamente que no se contagie del espíritu pendenciero, desafiante e irresponsable de los malos colombianos, de esos que creen que levantando la voz, gesticulando con los brazos agitados, mirando con los ojos incendiados y sin la mínima mesura en el lenguaje demuestran que tienen razón.
La diferencia con ellos (o con él) está en que el presidente es usted y por ello mismo no puede estar sujeto a esos apasionamientos grotescos de clase baja como si las relaciones internacionales fueran una plaza de abastos. Hasta el más ingenuo y el menos enterado de las circunstancias por las que atraviesan las relaciones con Venezuela sabe que lo que algunos quieren es la guerra con ese país por satisfacer los intereses del gobierno gringo y, de consumo, esconder la espantosa crisis que vive Colombia en casi todos los campos.
Pues bien, si usted no asume otra opción, haga la guerra, pero después no se queje…
- Cuando comiencen a llegar los cadáveres de muchachos pobres (pues los hijos de los de su clase nunca han ido ni irán a la guerra) lanzados a la batalla por los oscuros intereses de las transnacionales, como ocurrió por ejemplo en la Guerra del Chaco, por solo citar un caso brutal en la historia de América Latina (ah, pero usted, nanay de historia).
- Cuando como resultado de la carnicería que usted quiere desatar se destruya la de por sí ya frágil infraestructura de este país, cuando caigan los puentes, pulvericen los aeropuertos, hagan añicos las bases militares, desbaraten las carreteras y dejen en ruinas humeantes las pocas industrias que se tienen.
- Cuando como consecuencia de lo anterior, los campesinos, los obreros, las madres, los pobres, los de la clase media entren en pánico al ver que sus hijos llegan envueltos en bolsas plásticas y al ver que en las calles y caminos se descomponen los cadáveres de las víctimas civiles que son las que más sufren en una guerra (recuerde Irak, Libia, Siria, Yemen… ah, pero es que usted nanay de historia y, ante esta fatal carencia, se contenta con inventarla descaradamente creyendo que este es un pueblo totalmente crédulo e ignaro —en esto casi que tiene razón—).
- Cuando la gente le grite por las redes sociales (si no es que las bombas las inutilizan antes) que no puede salir a la calle, ni conseguir los alimentos básicos ni ir al trabajo, o cuando lo maldigan todos al ver que los niños (las primeras víctimas de todo conflicto) se mueren de hambre en las casas y de infecciones en las calles y caminos al no disponer de un lugar en que los atiendan porque los pocos recursos se irán para la guerra y los hospitales no tendrán ni insumos, ni médicos disponibles, ni instalaciones suficientes para tanto dolor.
- Cuando el desánimo (que sigue siempre a la engañosa euforia con que los fanáticos o dogmáticos se aventuran en empresas leoninas) cunda entre la gente al percatarse de los infinitos e insostenibles costos humanos y económicos de la guerra y se lancen millones de personas desesperadas a las calles a pedir que cese el conflicto tal como ocurrió en los Estados Unidos por la espantosa humillación de Vietnam, o en la Argentina, ante la evidencia de la apabullante derrota en las Malvinas (ah, se me olvida que usted nanay de historia).
- Cuando le saquen el cuerpo los que hoy lo incitan al conflicto como guapetones de la guerra (el autodenominado Grupo de Lima y los patrioteros crasos de la derecha nacional) que son los que primero se esconden (como Santander en la Batalla de Boyacá —pero usted nanay de historia—) y lo dejen solo como un fantoche desorientado que no sabe qué camino coger. Usted bien sabe que el tal grupo no tiene nada de respetable, está compuesto por lacayos tarifados del capitalismo salvaje, no por estadistas o políticos rectos. Además, casi todos tienen su prontuario. México, dignamente, les dio la espalda. El grupo de Lima es una deshonra a la hermandad latinoamericana y al respeto a las naciones, es una asociación de lambones injerencistas al cual más deseosos, como los mediocres, de halagar y agradar a sus amos que en el fondo los desprecian por aduladores y los eximen de toda relación entre iguales; son simples lacayos. ¿Por qué ese tal grupo no ha dicho ni una palabra por los millones de migrantes de Africa, Oriente Medio y Centroamérica que huyen de la guerra y la miseria de sus países invadidos o sometidos, para ahora haber resultado todos tan preocupadísimos por la situación de Venezuela pero no por los 400 líderes sociales asesinados en este país en el que el mayor pecado es la indiferencia ante la muerte? Tampoco dicho grupo, ni el tránsfuga Almagro, han dicho nada por los ocho millones de colombianos desplazados dentro y fuera del país por la miseria, la violencia y la falta de oportunidades. Si esta crisis histórica sin antecedentes se sometiera a votación, la gente propondría que se deje a los venezolanos enfrentar y solucionar sus propios problemas, ayudándoles en lo que se pueda, que aquí ya tenemos suficientes inconvenientes.
- Cuando en las locuras que toda guerra tiene, las bombas hagan estragos en las ciudades y los pueblos del país y la desesperación se apodere de la gente buena de este terruño —que son la mayoría— y clamen por el fin de las hostilidades.
- Cuando la historia lo juzgue como criminal de guerra y se sepa que fue utilizado como comodín ingenuo de fuerzas poderosísimas de las que usted no tiene ni idea, porque comprender las complejidades en que deviene el mundo actual es un ejercicio un poco exigente y usted no tiene ni la paciencia ni el tiempo para ello. Lo más apresurado y cómodo para enmascarar la realidad nacional es este sainete cómico-trágico de una cruzada cainesca contra Venezuela con la mampostería hipócrita de recuperar la “democracia” allí, cuando su preocupación debería ser más bien recuperar a Colombia del doloroso tránsito histórico que hoy la aqueja en todos los órdenes de la vida social, económica y política. (Vea el ejemplo de México con los emigrantes centroamericanos que los ayuda solidariamente en lugar de crear crisis innecesarias con Honduras y El Salvador, de donde procede la mayoría de migrantes).
- Cuando tanto Venezuela como Colombia lloren su ruina como Mario sobre las ruinas de Cartago (“¿Cuál más terrible caso, cuál ejemplo // mayor habrá, si puede ser consuelo// a Mario en su dolor el de Cartago?” —ah, pero usted, nanay de historia—) y tengan que enterrar a sus muertos, llorando y abrazándose como hermanos de una sola patria, arrepentidos de haberse enfrentado en fratricida lucha por las mezquindades de unos pocos irresponsables.
- Cuando no nos alcancen las lágrimas para llorar tanta desgracia y cuando usted no tenga ya mentira alguna para consolar al país, ni haya grupo de Lima, ni Trump, ni medios de comunicación adictos al poder, que puedan decir algo útil en esos momentos de inenarrable frustración histórica.
Aquí le comparto a quienes no saben qué es la guerra, como usted, señor presidente, un poema de la poeta española Antonia Álvarez:
La guerra tiene labios azulados,
ojos de soledad, carne de frío,
campos de noche eterna, gesto airado,
inviernos sin otoño y sin estío,
la guerra…
tiene niños asombrados,
manitas de miseria y extravío,
cierzos que cortan vidas y sembrados,
grises atardeceres, sol sombrío,
la guerra…
tiene dientes afilados,
cuchillos de acerado desafío,
boquitas de hambre triste y rostro helado,
inmensa podredumbre hacia el vacío,
la guerra…
tiene el ceño ensangrentado,
harapos y negrura de atavío,
alaridos sin nombre y sin soldado,
desbordadas las venas, turbios ríos.
La guerra…,
sal en la herida abierta de la tierra