Cuando Hitler llevó al borde de la hecatombe a casi todo el mundo y a la totalidad de Europa,
nadie presintió al inicio que tal cosa pudiera suceder. Si alguien hubiera dicho al inicio de su campaña
que tal personaje iba a hacer todo lo que finalmente terminó haciendo, seguramente, lo hubieran
tildado de loco o fanático de las teorías de la conspiración.
Ese es el mayor escudo de los regímenes totalitarios y de los tiranos camuflados de mesías.
“El mejor truco del diablo es hacer creer que no existe” (Usual suspects, 1995).
Sin embargo, para nadie es un secreto el carácter dictatorial del senador y expresidente Uribe.
De hecho, precisamente hasta eso es lo que pareciera encantarles a sus seguidores,
que más que ciudadanos con cierta filiación política, parecen más una secta de fundamentalistas
que no dimensionan el despeñadero por el cual nos está llevando a todos, con tal de que se mantenga “la ley y el orden”.
No obstante, vale la pena recordar un aforismo que expresó Platón al respecto miles de años atrás:
“yo declaro que la justicia no es otra cosa que la conveniencia del más fuerte”.
Y aunque a muchos de los seguidores de “la mano firme y el corazón grande” pudiera parecerles
que es mejor estar en el barco del más fuerte y no en el de “los perdedores”, lo cierto
es que valdría la pena que se pregutaran en qué nave se encuentran realmente.
Desde antes de que Duque fuera elegido como candidato del Centro Democrático para
la presidencia de la República de Colombia, ya se decía a manera de chiste
“yo voto por el que diga Uribe”. Y una vez designada esta posición también era un secreto
a voces que dicho candidato no sería más que un títere del ex mandatario que ya se encontraba
muy cómodo y hacendoso moviendo y organizando sus fichas en el Congreso.
Pero para no caer en especulaciones, analicemos los hechos:
Desde que llegó Duque al gobierno se despidió al director del Archivo General de la
Nación, donde reposan documentos del extinto DAS, los cuales podrían incriminar
al expresidente Uribe, y en su lugar se puso a un hombre de confianza del uribismo.
Lo mismo sucedió con el director del Centro Nacional de Memoria Histórica y la directora
de la Biblioteca Nacional, entidades que, casualmente, también resguardan un acervo documental
y archivístico de alta relevancia para esclarecer los crímenes de lesa humanidad que
pesan sobre el senador Uribe. Así como, actualmente, se está haciendo trizas la JEP,
mecanismo por el que, como cosa rara, también podría llegar a ser juzgado “El Gran Colombiano”.
Como si fuera poco, en las escuelas públicas comenzó a promoverse el uso de unas cartillas
de historia que, sin disimulo alguno, presentan a Uribe como un prócer que lo único que
hizo con su política de Seguridad Democrática fue salvar la Patria mientras fue presidente
de Colombia (por supuesto, nada de los falsos positivos o las desapariciones
forzadas o asesinatos de testigos o líderes sociales figura en ellas).
Del mismo modo, desde que Duque asumió la Presidencia, la censura en el periodismo
se hizo manifiesta, como lo evidenció el caso de Los puros criollos; caso que, afortunadamente,
no pasó desapercibido y decantó en la movilización del gremio de periodistas
y de la opinión pública y conllevó a la renuncia del dirigente del canal.
Sin embargo, esta pequeña victoria, no menguó en absoluto los esfuerzos por sesgar
y castrar el pensamiento crítico que cuestione las acciones del uribismo, que ahora por
medio de una de sus fichas, el representante a la Cámara Edward Rodríguez radicó
por estos días un proyecto de ley que busca que “profesores a los que se les compruebe
que constriñen o tratan de involucrar a sus estudiantes en algún tipo de ideología política
o desarrollan proselitismo en las aulas de clase puedan ser multados y sancionados”.
Ahora bien, por bonito que esto le pueda sonar a algunos o algunas, ¿qué se entiende por
“constreñir, tratar de involucrar a los estudiantes en algún tipo
de ideología política, o desarrollar proselitismo en las aulas”?
¿Incentivar el pensamiento crítico, cuestionar la evidente manipulación mediática,
promover lecturas como las de reconocidos teóricos como Noam Chomsky, Jürgen Habermas,
o Slavoj Zizek? ¿O simplemente ponerle una calificación que no sea del agrado del estudiante,
puesto que el mencionado proyecto de ley, lo que pretende es incentivar al estudiantado
para que denuncie al profesor que a él o a ella le parezca que incurre en este supuesto
“proselitismo” y así pueda ser sancionado con castigos absurdos como la pérdida de
su tarjeta profesional y la imposibilidad de ejercer la docencia por periodos irrisorios?
¿No será más bien que el señor Uribe está echando mano de todos sus recursos y fichas
cuidadosa y estratégicamente organizados para desplegar mecanismos de dominación
y control silenciosos que establezcan una sola verdad y generen un relato único; el suyo?
¿Y de ser así a dónde nos va a llevar esto? ¿A redes de informantes que denuncien
a todo aquel o aquella que le incomode para que sea desaparecido en casas de pique,
o vestido con trajes camuflados y botas pantaneras y presentado como un
peligroso narcoterrorista, cuando a lo mejor, su único delito fue haber nacido
pobre u opinar en contra del relato hegemónico?
¿En serio queremos vivir en una sociedad dominada por el miedo y la coerción?
¿Una sociedad en la que las fuerzas policiales puedan agredir a bolillo y cacha de pistola
a personas en silla de ruedas, o imponer multas a poetas callejeros (como el joven
Jesús Espicasa) por difundir su arte en Usaquén, o a vendedores ambulantes que lo único
que quieren es ganarse el sustento diario que les permite sobrevivir en una sociedad
abyectamente neoliberal donde los Uribes cada vez tienen más y más fanegadas de
tierra en sus fincas como El Ubérrimo de 103 hectáreas, por medio
de “incuestionables” políticas como Agro Ingreso Seguro?
¿De verdad nosotros, los ciudadanos promedio, somos quienes estamos en la rosca
de los poderosos, que por cierto deberían ser servidores públicos y no réplicas anquilosadas
de una monarquía tiránica, déspota y decadente que se lucra con la
explotación de la fuerza de trabajo de las clases menos favorecidas?
¿A usted querido lector, en realidad, no le afectó en nada que le hayan puesto IVA
a la canasta familiar o que la solución que da la vicepresidenta Martha Lucía Ramírez ante las protestas
que suscitó la eliminación de los subsidios para los estratos 1,2 y 3, sea que vayan
y compren nuevos electrodomésticos para ahorrar energía?
¿Fuera de chiste piensa que las crisis Hidroituango o del Chocó o el Cauca o la Guajira,
con niños muriendo de hambre mientras enviamos millones de pesos en ayudas humanitarias
que nadie nos ha pedido a Venezuela, tan solo para servir a los intereses particulares de la
agenda geopolítica de Estados Unidos, no tienen nada que ver con usted?
¿Qué hace falta para que despertemos y digamos no más? ¿Que un día sea su hijo o
hija quien aparezca como un falso positivo por el simple hecho de pensar diferente
o expresar su arte de cualquier forma que al gobierno no le parezca?
Por favor abramos los ojos de una vez y recordemos que libros como Rebelión en la granja, 1984
de George Orwell, o Un mundo feliz de Aldous Huxley o películas como V for Vendetta del director
James McTeigue no son simples obras de ficción, teorías de la conspiración, o delirios de
mamertos desocupados, sino la advertencia histórica de sociedades que
en su momento tampoco vieron a tiempo que Hitler era Hitler.
No esperemos a vivir los horrores de la dictadura que ya se ciñe sobre nuestro horizonte
para escribir obras maravillosas como las mencionadas anteriormente cuando, al fin,
comprendamos que la guerra no comenzó en un futuro distópico en el que los muertos
ya no fueron otros, sino los nuestros.
La guerra no viene en camino, ya comenzó.
La horrible noche, nunca cesó.