La bandera en el piso, sobre ella la biblia y encima una carta de renuncia destinada a Evo Morales. El mensaje, intrincada mezcla de absurdidad y prepotencia, mesianismo podrido e impunidad típica de quien se sabe amparado por poderes imperiales, tienen la miserable elocuencia de quien se auto otorga el derecho a poner la principal enseña patria en el suelo y usar un símbolo religioso como parte de un simulacro execrable.
El oficiante fue el ultraderechista Luis Fernando Camacho, cabeza del proceso golpista contra un digno presidente que ocupaba su puesto por elección ciudadana, pero a quien este farsante tildó de dictador.
Aparte del irrespeto al blasón patrio y al emblema místico, desató el caos durante tiempo maquinado, con asaltos a viviendas de funcionarios y el vil chantaje para obligarles a renunciar, secuestrando familiares o practicando un acoso típicamente fascistoide, buscando dejar solo al jefe de estado.
Borracho con el éxito, dijo que iba a juzgar a Evo, Liniera y sus ministros. Eso, dijo, “se llama justicia divina”. ¿Llegó Dios a la tierra y no nos dimos cuenta?
Es de temer que lleve a extremos lo que en extremos se desarrolla. Este oligarca cruceño ya declaró que la Policía y las Fuerzas Armadas emprendieron la búsqueda de Evo Morales. ¿Fue nombrado capataz de la hacienda y tampoco nos percatamos? Peligroso, muy comprometido, que este animal político, encabece una situación tan impura y maloliente.
Carlos Mesa, coautor del desmadre en curso, cree que cobrará los agrios frutos de cosecha tan vil, pero es muy posible que no tarde en llegarle la decepción más rotunda y le dejen en el camino, si a Washington y a los autócratas bolivianos deja de serles útil.
Otros cómplices no tardan en mostrar la uñas. La cancillería colombiana emitió un aviso oficial, solicitando una reunión urgente del Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos. La OEA tuvo y tiene un rol específico en este complot antidemocrático. Su parcializado dictamen sobre el recuento de votos, aludiendo a la “alta improbabilidad estadística” de un triunfo por más de diez puntos, entre otras difusas imputaciones, otorgó visado a quienes solo interesa sus haberes y poderes. Imposible esperar del diablo que santifique su propia obra.
Una que el Departamento de Estado norteamericano elogia en un comunicado, como un trabajo muy profesional de los auditores sobre las elecciones del 20 de octubre. La propuesta de efectuar nuevas elecciones con otro consejo electoral, fue asumida de inmediato por Evo Morales, las dos exigencias, sin embargo, fueron ignoradas, porque el interés no estaba centrado en nuevos comicios sino en anular los ocurridos y desplazar a su molesto ganador del cargo.
Estados Unidos y sus secuaces están echando por la borda argumentos y tópicos clásicos. Ya no es suficiente realizar “elecciones libres”. Si el resultado no les conviene, la anulan de inicio o en otro momento. Es lo practicado contra Manuel Zelaya en Honduras, Fernando Lugo en Paraguay, o en Brasil, al destituir a Dilma Roussef, o encarcelar a Lula. Golpes tradicionales o con vestidura institucional mediante fabricación de delitos, tan inexistentes como las armas de destrucción masiva en Irak, nunca encontradas.
La derecha antinacionalista del Continente, desde su retorno al poder, cumplió con las instrucciones de ya-se-sabe-quién, destinadas a desarticular los instrumentos integracionistas y de protección mutua que, con anterioridad ayudaron a neutralizar situaciones similares a la de Bolivia en este momento. Esa es la razón verdadera de repeler la Unasur, privándola de sede o abandonándola. ¿Se equivocaron al suscribirse al proyecto, intimidados quizá por la oleada progresista, o después, cancelando los buenos auspicios de bloque unitario?
No es de extrañar con Almagros, Bolsonaros, Macris, Moreno y Duque en ventanilla, o un Donald Trump que emite notificaciones asegurando que su gobierno trabajará "para asegurar que la democracia de Bolivia perdure". El golpe es democrático, el gobierno legítimo no. Esa es la admonición posiblemente dirigida a los nuevos actores políticos en Latinoamérica que pudieran contravenir o no plegarse a las órdenes decretadas en la Casa Blanca.
La advertencia tiene serias connotaciones y haber invalidado, no en buena lid, sino con malas artes, un mandato exitoso y con resultados perceptibles para la mayoría, indica la disposición a mantener y darle crecimiento a las acciones contra Venezuela o Cuba y ponerle bridas a gobiernos más cercanos a sus pueblos, establecidos o por estrenar.
No se excluye el mensaje con destino a quienes en Chile, están hartos de injusticia y abusos, o para que se sientan a salvo los aprovechados de iniquidades sin cuento.
Sebastián Piñera, tan activo contra el país bolivariano, no defiende la institucionalidad ni los parámetros legales violentados en Bolivia. Tampoco Mauricio Macri, otro activista anti venezolano de marca, o el testaferro de Álvaro Uribe, Iván Duque. Menos se debe esperar a Jair Bolsonaro. Todos son personajes apurados por hacerle coro a EE.UU. y lerdos en cuanto a defender asuntos cercanos con limpieza. Son una vergüenza hemisférica.
Sin embargo, Rusia, España o México se pronunciaron en contra de los traumáticos acontecimientos, llamando a respetar la vida del jefe de estado depuesto y un rápido retorno a la normalidad. Igual personalidades como Alberto Fernández ("el quiebre institucional en Bolivia es inaceptable") y Cristina Fernández; Gustavo Petro en Perú y por Europa el británico Jeremy Corbyn y el español Pablo Iglesias, fueron los primeros en reaccionar ante algo catastrófico, capaz de dar malignos coletazos.
Si Bolivia no tuviera litio y otros bienes y si Evo no hubiera nacionalizado distintos recursos naturales para beneficio de su gente, si no fuera indígena, a nadie le hubiera interesado su gestión ni destituirle. Vuelve a tomar el carácter de sitio donde mayor cantidad de asonadas golpistas se acumulan. Regresa a las etapas de desasosiego y degradación social.
El drama cierne fatales contingencias, insisto en expresarlo, hacia otras causas y transcursos.