Melbourne alumbra definitivamente el renacer disparando el termómetro, envolviendo la ciudad en casi 40º de un calor asfixiante que derrite hasta a las gaviotas que pasean por Melbourne Park. No a Garbiñe Muguruza ni Simona Halep, que regalan un estupendo cuerpo a cuerpo en la pista central del que sale airosa la hispano-venezolana, finalista con todas las letras del primer grande de la temporada. Sí, Garbiñe ya está a aquí: 7-6(8) y 7-5, en 2h 05m. Tres años después de haber disputado su última final en un major y de dos deambulando por el desierto, sin un horizonte claro, despeja el paisaje y vuelve a irrumpir como un torbellino en la primera fila del escaparate. Sí, Muguruza está de vuelta.
Completa su trazado hacia la final con una exhibición en toda regla. Supera bajo el sol abrasador un pulso áspero a más no poder, porque Halep, la número tres, tiene mecha de sobra y discute cada una de las bolas. Responde la victoria, en buena medida, a la capacidad para reponerse y sortear las bombas del primer parcial, en el que levantó cuatro bolas de set en contra, dos de ellas después de haber dispuesto de otras dos a su favor. Oda a la resistencia. Saber sufrir, saber vencer. Reprime el deseo de la rival a base de servicio, temple y una majestuosa dirección con el revés, su arma predilecta.
Halep se desespera. Rema, rema y rema, pero algo va diciéndole por dentro que hoy el plan no va a salir bien. Le niega una y otra vez Garbiñe, que se mete en el bolsillo el tie break y entonces pone una montaña entre su adversaria y la victoria. Ahí está el Kilimanjaro, metáfora alpinística de este despertar. Allí subió la tenista en noviembre y allí arriba obtuvo un buen puñado de respuestas. La gloria exige apretar los dientes y no ofrece días libres. Así es la élite, rigurosa hasta cuando se duerme. Un segundo es un palmo de ventaja a las demás y se lo ha grabado en la mente.
El retorno ya es un hecho y viene de la mano de Conchita Martínez, que alza el puño en el box cada vez que su jugadora gana un metro y acorrala a Halep, que lo intenta por todos los medios, tierra, más y aire, rendida en la segunda manga después de un intercambio de breaks que se resuelve a las bravas.
De Gisbert (1968) a ella, siete finalistas
Garbiñe, hoy día camuflada en una engañosa posición del ranking, la 32, abraza la final y a su cabeza vuelven aquellos buenos días, los mejores, en Roland Garros (2016) y Wimbledon (2017). Por primera vez, tiene a tiro el Open de Australia y entre ella y el trofeo solo está Kenin, estadounidense de origen ruso que contabiliza a sus 21 años tres títulos menores (Hobart, Mallorca y Guangzhou) y que accedió a la final habiendo apeado a la prometedora Coco Gauff y este jueves a Ashleigh Barty, la número uno (7-6 y 7-5). Únicamente existe un precedente entre las dos, el año pasado en Pekín; entonces venció la norteamericana sobre el cemento chino.
No obstante, Muguruza afronta la cita decisiva (sábado, 9.30, Eurosport) con inmejorables sensaciones, habiendo eliminado sucesivamente a Shelby Rogers (155), Ajla Tomljanovic (52), Elina Svitolina (5), Kiki Bertens (10), Anastasia Pavlyuchenkova (30) y Halep (2). Bunkerizada mentalmente, no se despista estos días ni con el vuelo de una mosca. No hay sonrisas ni ganas de hablar, sino solo de ganar, ascender a lo más alto de Melbourne. Día a día y partido a partido, se convierte así en la séptima tenista española que disputa la final del major australiano.
Abrieron vía Joan Gisbert (1968) y Andrés Gimeno (1969), y después lo consiguió Aranxta Sánchez Vicario (1994 y 1995); posteriormente lo lograron Carlos Moyà (1997) y la preparadora actual de Garbiñe, la aragonesa Conchita Martínez (1998); después llegó Rafael Nadal, y con el balear el primer título (2009) y las finales de 2012, 2014, 2017 y 2019. Es su turno. Le reclamaba el tenis y ella ha decidido emprender el camino de vuelta. Del Kilimanjaro a las Antípodas. En ocasiones es bueno perderse durante un rato para recuperar y saber valorar los orígenes.
Toda una finalista Muguruza.