EL ÁRBOL
Y la silla en la que mece como niña, sus recuerdos mi madre ya anciana
La del vacío en comedor, que se quedó esperando al hermano que jamás volvió aun con el humo sagrado de la sopa, como un fantasma flotando en el adiós de sus días
Y el baúl, que guarda la juventud eterna de una nacarada peineta y el vestido de novia de la abuela, la foto y la cartera, en la que amarillea una carta de amor, que guarda el delicado pétalo de rosa.
Y la mesa en el centro de la cocina, desnuda de mantel, aquella en la que se partió el pan y se sirvió el jarro con agua.
Y la ventana, golpeada por el viento de los años, la lluvia, que hizo surcos en su piel y el sol que se metió furtivo por sus hendijas indiscretas, la que se abría los domingos para escuchar el nítido trinar de los pájaros.
El piso y las escalas que llevaban en alas de la imaginación al reino inmaculado del cuarto de la abuela.
El juguete tallado a mano, con la perseverante fe del padre, que vio en un inerte tronco un caballo de palo, brioso corcel de la más tierna infancia, un columpio que se elevaba libre por los aires en las resistentes ramas de un alegre roble.
El de la cruz, que perpetuó el amor, en el alma inmortal de la madera. ALBA