La Pecas en la Nariz de la Tía Cocó
Crecí escuchando que mi Tía Cocó me trajo al mundo. Asistió a mi madre en su tortuoso parto en la casa. Desarrollé una idolatría por esa mujer de cabello rojo como el fuego, pecosa y ojos hermosamente verdes. Es que de entre todas las tías que tengo; mami tenía dieciocho hermanos y papi tenía cinco hermanas, la Tía Cocó, hermana de papi, me resultaba la preferida.
Tía Cocó de muy joven emigró a la Gran Manzana, regresaba a visitarnos cada periodo de Navidad cargando regalos únicos, maravilloso, diferentes. Cada año la esperaba con mucha curiosidad. Deseaba escuchar sus historias, lo que hacía con su vida, lo que la divertía, lo que la entristecía.
La Tía Cocó era impredecible, tuvo hijos de dos maridos, el último de sus hijos era de mi edad, rubio como el sol, y hermoso, pero tan impredecible como su madre. Mis primas y yo lo adoptamos y cuidábamos, y lo defendíamos de sus peleas callejeras. Dicen que los coloraos son rabiosos, y así era Tito.
La Tía Cocó fue de las primeras mujeres de la familia que comenzó a usar pantalones, y se cortó su trenza tan hermosa que todos lloramos cuando la vimos llegar con un recorte de cabello al estilo de Shirley Temple. Waoooo, Tía Cocó sí que era especial.
Creo que la vida va moldeándonos en base a lo que vivimos, y vivir con mi querida Tía Cocó me abrió los ojos al mundo, a hacer lo impredecible y a ser libre, sin permitir que nadie jamás tratara de domesticarme. Han pasado muchos años de su partida, estará alborotando a los ángeles en el cielo, pero yo quedo aquí recordándola, contenta de haberla tenido a mi lado como modelo a seguir. De ella me parezco en todo, excepto por las pecas en la nariz.
Carmen Amaralis Vega Olivencia