MALA LUNA
La luna me llamaba a voces desde el infinito, se acercaba a mi oído con susurros de palabras, como si me estuviera contando un secreto. Yo escuchaba medio en sueños, medio dormido esa voz calenturienta, medio hipnotizadora, medio zalamera. Se quería enamorar.
Y sin querer pensar en nada más caí en sus pasadizos sensualies y malignos, de bruja que se viste de noche pero por dentro tiene un vestido colmado de laberintos en los que sabes por donde entras pero las puertas se cierran y no puedes escapar.
Sentía que mi cabeza daba todas las vueltas que un año en la tierra da el sol. Y me dejaba caer, sin pensar. Mi vida estaba echada a suertes en la palma de sus manos y el amor que yo la daba para ella era una ganga y jugaba sin parar.
No quería salir de allí, ni dejarla que se fuera. Pero era ella la que mandaba, la que me sujetaba, la verdadera dueña. Estaba perdido. Ni mamá, ni papá vendrían en mi auxilio. Llorar como un niño no servía para nada, y sin embargo, me gustaba estar allí, con ella.
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