En el patio de Arrayanes.
En el patio de Arrayanes,
entre malvas y geranios,
crecía una rosa blanca
a la sombra de un naranjo,
yo quise cortar la flor
para adornar mi regazo
y lucir, con su esplendor,
entre moros y cristianos.
“Ten compasión, no la cortes”
alguien decía a mi lado,
era la voz de un chiquillo
gimiendo desconsolado,
“esa flor es el recuerdo
que mi madre me ha dejado,
yace ella bajo el suelo
a la verita del patio,
y de sus tiernas entrañas
revive año tras año”.
Sus ojitos suplicantes
me miraban asustados
y su carita andaluza
me hizo sentir que antaño
también perdí a mi madre
en ese patio encantado.
Desde entonces vamos juntos,
mi meñique de su mano,
por el patio de Arrayanes
a la sombra del naranjo,
pues es de los dos la rosa
y los dos somos hermanos.
Piluca de la Cuesta.