CUERPO DE MUJER
Si se fijan
los poemas
tienen cuerpo de mujer.
Es como la silueta
de una forma
que se retuerce en la sombra
y leyéndolos se transforman
en ese maravilloso ser.
Empiezas por la cabeza,
su pelo,
sus ojos,
sus misteriosos labios rojos
llegando a su amado cuello
donde los besos se hacen más tiernos
y pareces enloquecer.
Luego sus pechos.
Turgentes, redondos y frescos,
manantiales de leche
que al beber de ellos
dan alimento a los niños
y a los hombres los arrellanan,
los hipnotizan, se paran y duermen.
¿Y sus hombros?
¿Y sus brazos?
¿Y esas delicadas manos que terminan en finísimos dedos
que acarician los senderos
que nos llevan a su vientre,
punto de encuentro del fuego
que culmina los deseos
de aquellos besos que prendieron y ahora comienzan a arder?
Ummm... Lo dicho,
un poema de amor es como desnudar a una mujer, si.
No es igual,
no es lo mismo,
pero... uff, se sobreentiende.
Y cuando llega el poema
al final de su camino,
son sus piernas retorcidas
que sin querer terminar el día
quieren dar el último suspiro.
Como si se les fuera la vida,
como si la penumbra volviera a aparecer
y cosquilleando nuestros pies
pide jugueteando
ir al principio
y volverlo a leer otra vez.
COMUNERO