HERMAAANOOOSS...
Un pedo se escuchó
cuando decía el cura HERMANOS,
todos callados,
todos sentados
y de repente
PRRROOOOOMMMMMMMM.
Se oían murmullos,
lamentos,
desmayos,
risitas y hasta algún
aspaviento.
Fue un soplo
retumbante y armonioso,
como un redoble a dos manos,
como cuando te agachas
y la costura del pantalón,
si, justo, la del pandero,
estalla y deja ver el calzón.
Y todos abrieron los ojos,
y todos se miraron,
y todos hacían con las manos
YO NO, EH? YO NO.
Se produjo un silencio.
Un incómodo e interminable corte,
una interrupción.
Se llenaron de espías todos los aposentos,
hasta las caras de las más beatas
se llenaron de horror.
Y al final,
en la última fila,
justo donde las sombras se vuelven amigas,
yo.
Lo siento,
fue el frío del asiento
o fue que mi culo de tanto apretar
estaba exigiendo
un alivio
una salida, un no aguanto más.
O me peo o reviento.
QUIERO MI LIBERACIÓOOOOONNNNNN.
Sudor frío
corría por mi cara.
¿Qué hacer?
Los cinco sentidos
parecían soldados
y no se movían ni una pestaña.
Miré fíjamente al frente
y guardé la respiración,
como si fuera lo más importante que hacía
desde que rompí la ventana del colegio con el balón.
Al minuto y medio,
cuando todo se calmó
el sacerdote volvió a repetir:
HERMAAAANOSSSS...
Y aquello fue, ufff,
mi salvación.
COMUNERO