Esa mujer que ves ahí no tiene nada. Sus manos no saben de anillos pero anidan mariposas, no tiene más adorno sobre su pecho que dos enhiestas esmeraldas, ni más vestido que la cubra que las huellas que un amante le dejara. Esa mujer que ves ahí anda desde siempre pie descalza y no tiene pasaporte, ni cédula, ni esperanza, pero le sobran caminos, tierras profundas y lejanas, y aunque no tiene nombre los pájaros la llaman. Esa mujer que ves ahí no tiene casa… y para cama le basta una sonrisa, se asoma al mundo por su única ventana que le confirma que está viva. Esa mujer que ves ahí no tiene nada, más que un gran amor en la distancia por el que le brotan mil luceros en el vientre, por el que se viste de luz, por el que calla, por el que las nubes se le incendian, por el que las noches no se acaban. Esa mujer que ves ahí a veces ni siquiera sabe si en verdad existe y entonces se convierte en frágil hierba, o en ráfaga de viento que asustada corre a refugiarse en tu palabra
Antaño.
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